martes, 31 de mayo de 2016

Predicación

2° Domingo de Pentecostés – 29 de Mayo del 2016

Leer: 1 Reyes 18:20-21, 30-39 – Gálatas 1:1-12 – Lucas 7:1-10

A partir de este domingo transitaremos sin interrupciones el Evangelio de Lucas hasta finalizar el año litúrgico el tercer domingo del mes de Noviembre. El pasaje que acabamos de leer o escuchar, se encuentra inmediatamente después del llamado “sermón del llano”.
Jesús entra en Capernaúm, la ciudad más grande de Galilea, y allí se nos dice que el siervo (literalmente: esclavo) de un centurión estaba gravemente enfermo, a punto de morir. Un centurión era un soldado romano al mando de un grupo de entre 80 y 100 soldados romanos. La responsabilidad del centurión pasaba por garantizar la “pax romana” y el cobro de los impuestos para Roma. Podía estar al servicio directamente del emperador o al servicio del Tetrarca de Galilea. De nuestro relato, llama mucho la atención el aprecio o cariño que siente el centurión hacia su esclavo. Algunos autores, como Néstor Míguez, afirman que algunos esclavos eran tan eficientes en el cumplimiento de sus labores, que sus amos se acostumbraban mucho a su forma de servirles, no queriendo reemplazarlos nunca. Esta posibilidad explica, de alguna manera, la preocupación y el aprecio del centurión por su esclavo enfermo.
Este centurión escucha hablar de Jesús, seguramente al entrar a la ciudad, y le envía a los ancianos de los judíos para que le pidan que sane a su esclavo (aquí Lucas utiliza la palabra pais en lugar de doulus, que podría ser traducida como siervo o criado). Estos ancianos de los judíos son los dirigentes de la sinagoga de Capernaúm. Lucas nos aclara el por qué de la actitud diligente de estos dirigentes judíos: ellos le dicen a Jesús que el centurión ama la nación y les edificó una sinagoga (Lc 7:5). Este centurión romano, representante y ejecutor de la opresión del Imperio sobre el pueblo judío, supo posicionarse hábilmente como benefactor al construirles una sinagoga. Este “regalo” del centurión implica tácitamente en la comprensión imperial la contrapartida de favores de parte de quienes han sido los acreedores del “regalo” (cualquier similitud con la realidad no es pura coincidencia). Por esto los dirigentes judíos, que han criticado por lo menos dos veces a Jesús en el capítulo 6 por realizar acciones sanadoras o que rompen las costumbres y leyes, ahora le piden a Jesús que le conceda el pedido a un gentil (extranjero) e incluso que vaya a su propia casa quedando impuro, según la tradición. Dicho en otras palabras, cuando se trata de quedar bien y de no perder ningún privilegio, no les importa ni la tradición, ni la ley ni la vida de ninguna de las personas que los rodean.
Algunos autores creen que el centurión podría llegar a ser un prosélito o estar en camino de serlo. Los prosélitos eran los extranjeros que reconocían a Yahvé como Dios, convirtiéndose al judaísmo y siendo incorporados al pueblo de Dios. Aunque es una posibilidad no hay mención de esto en el relato que nos trae Lucas. Diferente es el caso del centurión Cornelio en Hechos 10, quien por el contrario es descripto como un varón “piadoso y temeroso de Dios” (Hch 10:2).
Jesús accede al pedido del centurión realizado por los dirigentes judíos y se dirige hacia su casa. Pero cuando faltaba poco para llegar, el centurión envía otro grupo de personas a hablarle. En este caso no son dirigentes judíos, sino que se trata de sus amigos. Es decir, otros romanos gentiles! Estos le explican a Jesús que el centurión no se considera digno de recibir a Jesús en su casa, pero que sabe, que si Jesús dice la palabra (ordena que se sane) el siervo será sanado. El centurión justifica esto con la “cadena de mando”. Las personas que tienen poder mandan a sus subalternos y estos deben obedecer, porque quienes les mandan son quienes tienen la autoridad. De alguna manera, el centurión confía en que Jesús puede sanar a su esclavo, sin ser necesario estar de cuerpo presente. Si Jesús lo ordena, y realmente tiene poder sanador, su esclavo será sanado. Jesús responde admirado, que ni aún en Israel ha hallado tanta fe. Esta afirmación de Jesús puede ser entendida dentro de las señales de universalidad del mensaje y ministerio de Jesús. De alguna manera, Lucas (el evangelista) tiene en este relato el antecedente para el relato de Cornelio (Hch 10), en donde el Espíritu Santo se derrama con poder sobre los extranjeros presentes en su casa. En nuestro pasaje el milagro lo pide el centurión pero es para otra persona, su esclavo. En el pasaje de Hechos, el milagro del Espíritu Santo lo reciben los extranjeros.
Los principales judíos de la sinagoga merecerían un capítulo aparte. Como hemos dicho, han criticado a Jesús varias veces por no respetar las costumbres y las leyes judías. En un caso sanó a un hombre de una mano seca en la sinagoga en sábado, y la otra, permitió que sus discípulos cosecharan y comieran trigo en sábado. Suficiente para ponerse a pensar qué podrían hacer contra él (Lc 6:11). Sin embargo, cuando el centurión (sea el benefactor que pide su contraparte o sea un prosélito) pide que le hablen a Jesús para que sane a su esclavo, lo hacen sin chistar y sin decir una palabra. ¿Con qué cara habrán ido delante de Jesús? Si tenían algo de vergüenza, deberían haber desaparecido después de ir a ver a Jesús. Este grupo de principales de los judíos de la sinagoga, son ejemplo de lo que debemos evitar. No sólo es un grupo religioso equivocado en su comprensión de las escrituras (como Jesús lo evidenció muchas veces), sino que para no perder sus lugares de seguridad y privilegio, no sólo “borran con el codo lo que escriben con la mano”, sino que se transforman en personajes funcionales al poder opresor romano. Por esto debemos evitar estancarnos en nuestra lectura e interpretación de la Biblia. Utilizo premeditadamente la palabra “estancarnos”, porque en lo estancado no hay vida posible ni bendición para nadie. Debemos tener apertura a quienes piensan diferente, a quienes son diferentes a nosotros y nosotras, para poder enriquecer nuestra mirada, nuestra reflexión y nuestra vida misma.
Jesús es el que siempre nos sorprende. Un grupo abiertamente opositor que está buscando la manera de deshacerse de él viene a pedirle algo, y Jesús accede a su pedido dirigiéndose a casa del centurión. ¿Quiénes de nosotros, cuando viene a pedirnos algo alguien que está en nuestra contra “con el caballo cansado” lo escuchamos atentamente y le concedemos su pedido? ¿Quiénes estamos siquiera dispuestos/as a aceptar algún pedido de quienes piensan distinto de nosotros y nosotras? Pero, además, Jesús accede a ir a la casa de un centurión romano para curar a un esclavo (seguramente extranjero también), quedando impuro por esta acción. Si el centurión no era prosélito, ni siquiera creía en Yahvé… y Jesús los escucha con atención, va de todas formas y concede a la distancia la sanación del esclavo.
En el accionar de Jesús se hace carne el amor de Dios por toda la humanidad. Un amor que llega, incluso, hasta aquellos que no creen en Dios. Un amor que supera sectarismos, supera entendimientos mezquinos, supera comprensiones estancadas y anquilosadas, para llevar vida y vida en abundancia.
El desafío para nosotros y nosotras, cristianos del siglo XXI, es dejar que el Dios de amor manifestado en Jesús, también se pueda manifestar a través nuestro. Un Dios que no deja a nadie afuera, que no excluye, que no hace a un lado, sino que busca alcanzar a todos y todas, llevando vida plena.
El accionar de Jesús pone en evidencia que no cae en las contradicciones humanas que todos tenemos y en las que solemos caer. El accionar de Jesús pone en evidencia que Dios no hace acepción de personas bajo ningún aspecto.
Si queremos imitar a Jesús y queremos que el Dios de amor se revele en medio nuestro, deberemos ser personas y una comunidad inclusiva, amorosa y receptiva para todas las personas. Para esto no nos debe importar la raza de nadie, ni el origen étnico, o la posición económico-social, ni la orientación sexual, ni el género, o los estudios alcanzados, ni ninguna otra cosa.
Si queremos imitar a Jesús, tampoco tendremos que decir que aceptamos a todas estas personas sólo si cumplen una serie de requisitos. Eso no sería Evangelio (Buena Noticia). Jesús no le hizo un listado de requisitos ni a los principales judíos de la sinagoga (que querían deshacerse de Él), ni al centurión, ni al esclavo enfermo. Jesús puso en marcha el amor de Dios que llega para todas las personas, sean como sean, dando vida en abundancia.

Quiera Dios que haya en nosotros esa manera de pensar, esa forma de vivir, ese entendimiento, ese sentir que hubo también en Cristo Jesús, Amén. 
P. Maximiliano A. Heusser
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