martes, 20 de septiembre de 2016

Predicación

18° Domingo de Pentecostés – 18 de Septiembre del 2016  

Leer: Jeremías 8:18 – 9:1  -  1 Timoteo 2:1-7  -  Lucas 16:1-13

El texto del Evangelio de hoy es la evidencia de que la Biblia –como afirma el P. Leonardo Félix- “no funciona como recetario de cocina, tampoco como manual de instrucciones para ver qué hacer cuando los papeles se queman o cuando ya probamos todo lo demás”. El texto bíblico puede ser bastante más complejo y amerita, la mayoría de las veces, mucho estudio y reflexión.
Debemos decir que el pasaje está compuesto por la parábola que cuenta Jesús (16:1-8), el cierre y primera “enseñanza” dada por el amo (16:8), una segunda “enseñanza” dada por el mismo Jesús (16:9), y unos comentarios finales también de Jesús, que parecen haber sido agregados aquí por la mano redaccional debido a la cercanía temática (16:10-12).
Repasemos brevemente entre todos este pasaje, ¿Qué nos llama la atención?
Lo primero que nos suele llamar la atención y que complica este texto es que el mayordomo malo sea alabado por el amo, cuando en realidad esperaríamos que le recrimine su accionar. ¿Será que Dios quiere que seamos malos e injustos? ¿Será que Jesús fomenta la malversación de fondos? Seguro que no, porque iría en contra de todo lo que ha venido predicando acerca del Reino de Dios a lo largo de su ministerio.
Los personajes que intervienen en esta parábola son tres: el amo, el mayordomo injusto y los deudores del amo. Hemos dicho más de una vez que la riqueza de una parábola radica en la posibilidad de pensarla y aplicarla desde los diferentes personajes. Esto multiplica su contenido y profundiza su alcance. En esta oportunidad, les invito a que reflexionemos ubicándonos siempre en el lugar del mayordomo. Esto no quita que cada uno, cada una, luego haga el ejercicio  reflexivo desde otro personaje. Bien, como el tema es la mayordomía, vamos a encararlo desde tres ópticas diferentes:

1. La mayordomía en la creación:
Desde esta óptica, rápidamente podemos advertir que nuestro Dios Creador es el amo. No es simplemente el dueño de todo, sino que es el creativo e inventor de todo cuanto existe. Hay un valor agregado en esta idea, porque Dios no es como un amo que compra cosas que otros hacen. Dios hace cada cosa, cada planta, cada animal, cada mineral, cada paisaje, cada ecosistema, diseña los procesos químicos, físicos, biológicos, de todo lo que existe. Ahora, Dios confía todos y cada uno de sus bienes para que los administremos con cuidado y responsabilidad. Es decir, que al ser humano le cabe la tarea de preservar el patrimonio del Dios Creador, y en todo caso, colaborar para que ese patrimonio se acreciente. Esto es lo que deberíamos hacer quienes quisiéramos ejercer una mayordomía responsable de la Creación. Pero, al Dios Creador le han contado que somos mayordomos malos e injustos, que derrochamos sus bienes, que desmontamos grandes superficies de tierra, que dejamos correr el agua sin razón, que utilizamos productos contaminantes sin ni siquiera ruborizarnos, que el aire ya no es 100% puro, que destruimos los suelos y llenamos todo de cemento. Y además, el Dios Creador se ha enterado que lucramos a costa de su patrimonio buscando nuestro propio beneficio. Y Dios dice: “¿Qué es esto que me dicen de vos? Rendime cuentas porque ya no vas a ser mi mayordomo, mi mayordoma”. Dios nos quiere echar.
Y aquí, el mayordomo actúa con astucia y sagacidad. El mayordomo es quien hace de intermediario entre el amo (con sus bienes) y la gente (sus deudores). Entonces, el mayordomo se transforma es un estratega y comienza a ayudar y a beneficiar a las demás personas con los bienes de su amo, pero especialmente con su propia ganancia sobre esos bienes (los historiadores del mundo bíblico afirman que los mayordomos normalmente no recibían un jornal, sino que vivían de un porcentaje sobre la ganancia que conseguían a sus amos). Este mayordomo astuto pierde su ganancia personal administrando la creación en su sólo y propio beneficio, para beneficiar a los otros, quienes lo rodean y conseguir así, que los otros –al estar mejor y verse beneficiados/as- eventualmente lo reciban en sus casas. Ha sido un mal mayordomo que no ha cuidado los bienes de su amo y que ha vivido aprovechándose de sus semejantes para estar mejor. Pero ahora, por temor, comienza a hacer bien las cosas, y termina siendo alabado por su amor.
¿Qué clase de mayordomos y mayordomas hemos sido, somos y queremos ser de la Creación? Porque Dios nos está pidiendo cuentas.

2. La mayordomía de nuestros bienes:
En la mirada anterior, pensamos especialmente en la creación y en todo lo que Dios hizo y que nosotros y nosotras podemos disfrutar. Desde la óptica de la mayordomía de nuestros bienes, tenemos que señalar que Dios es quien nos da todo cuanto poseemos. Es decir, Dios nos da todo lo que podemos disfrutar. Nuestra formación y todo lo que aprendemos en el camino de nuestra vida es un bien que nosotros disfrutamos. También Dios nos ha prestado, o nos ha dejado administrar, bienes materiales: casa, ropa, auto, muebles, electrodomésticos, herramientas, bajilla, libros, instrumentos musicales, etc. En esta óptica debemos advertir que todo lo que tenemos y creemos poseer no nos pertenece, sino que Dios nos lo ha dejado administrar. Que es muy distinto a que nos pertenezca.
En esta óptica, a Dios también le vienen a contar que no estamos siendo administradores justos ni administradoras justas. Y Dios nos viene a pedir explicaciones. Y nos pregunta acerca de lo que venimos ganando en nuestro propio beneficio, a costa –en gran medida- de que otros no puedan disfrutar ni tener las mismas oportunidades y cosas que Dios nos ha dejado administrar. Una vez más, nosotros y nosotras, funcionamos como intermediarios entre el amo y los deudores, entre Dios y las demás personas. Y en esa intermediación que llevamos adelante, nos quedamos con más de lo que nos pertenece. Nos enriquecemos y nos beneficiamos a costa de las demás personas.
Pero el mayordomo injusto, por temor a quedarse en la calle, sin poder administrar nada, cambia de actitud. Pone de lado su propio enriquecimiento a costa de los demás, para ganarse su simpatía. Esta actitud es alabada en la parábola, por el amo.
Juan Wesley tiene un sermón titulado “El uso del dinero”[1] y allí afirma:
“…en el presente estado de la humanidad, el dinero es un obsequio excelente de Dios para satisfacer los fines más nobles. En las manos de sus hijos, representa comida para el hambriento, agua para el sediento y vestidura para el desnudo. Provee dónde reclinar la cabeza al viajero y al extranjero. Por él podemos ofrecer a una viuda sustento como el de un esposo, o apoyo como de un padre a quien no lo tiene. Podemos ser defensa al oprimido, un medio de salud al enfermo o alivio a quien sufre dolor. El dinero puede ser ojos al ciego o pies al cojo. Si, puede alzar de las puertas de la muerte”.
¿Qué clase de mayordomos y mayordomas hemos sido, somos y queremos ser todos los bienes que Dios nos ha dado? Porque Dios nos está pidiendo cuentas.

3. La mayordomía de la gracia y el amor de Dios:
Finalmente les propongo una tercera óptica desde la cual acercarnos a esta parábola: La mayordomía de la gracia y el amor de Dios. El amo es nuestro Dios. Él nos ha dejado administrar sus bienes mayores: su gracia y amor para toda la humanidad, es prácticamente un tesoro. Y también le llegan comentarios a sus oídos de que no estamos siendo ni administradoras ni administradores justos. Y Dios nos pide que le demos cuenta de nuestra mayordomía.
¿Por qué propongo esta óptica? Porque los pasajes del Evangelio de los Domingos anteriores, daban cuenta de lo que Jesús tenía que decir a raíz de los comentarios de escribas y fariseos respecto del tipo de personas que se acercaban a Jesús y con las cuales él –además- elegía comer.
Desde esta óptica, tenemos que advertir que los cristianos y cada uno de nosotros y nosotras somos administradores de la gracia y el amor de Dios. ¡No es poca cosa, es muchísimo! Démonos cuenta que Dios ha elegido evidenciar su gracia y amor por toda la humanidad a través nuestro. Es decir, que si fallamos en nuestra mayordomía, la humanidad puede no percibir la gracia y el amor de Dios.
El mayordomo injusto de la parábola se beneficiaba a costa de los demás, y por ende, los demás debían afrontar costos muchísimos mayores. Esto también puede sucedernos. Podemos disfrutar del amor y la gracia de Dios, pero hacerle difícil a otras personas, acceder a ese amor y a esa gracia. Podemos disfrutar del amor y la gracia de Dios, pero ponerle cincuenta condiciones a las personas que quieran recibir algo de ese amor y gracia divina. ¿Qué costos tendrán que pagar las personas para recibir el amor y la gracia de Dios que pretendemos seguir administrando? ¿Hasta cuándo vamos a disfrutar alegremente de la gracia y el amor de Dios a costa de que otros y otras –que no nos simpatizan ni entendemos tanto- no puedan llegar a disfrutarla? Dios va a venirnos cuentas…
¿Qué clase de mayordomos y mayordomas hemos sido, somos y queremos ser del amor y la gracia de Dios? Porque Dios nos está pidiendo cuentas.

P. Maximiliano A. Heusser

Córdoba, Argentina.







[1] Juan Wesley “El uso del dinero” en: Wesley, Juan  Obras Completas, tomo III. Ed. Wesley´s heritage foundation. Miami 1996
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