martes, 21 de junio de 2016

Predicación

P. Maximiliano A. Heusser
5° Domingo de Pentecostés – 19 de Junio del 2016

Leer: 1 Reyes 19:1-4, 8-15a – Gálatas 3:23-29 – Lucas 8:26-39

¿Qué nos llama la atención de este pasaje del Evangelio? ¿Qué nos asombra? En nuestro pasaje de Lucas, vemos claramente que Jesús cumple lo que dijo que vino a hacer a la tierra (Lc 4:18-19). El ministerio de Jesús inaugura el Reino de Dios trayendo a nosotros y nosotras sanidad, liberación y vida plena.
Hemos hecho referencia muchas veces a las enfermedades en el tiempo bíblico advirtiendo lo que se pensaba sobre ellas. Por un lado se relacionaba la enfermedad con el pecado. Se trataba de esta manera, de un castigo de Dios por el pecado propio o por el pecado de los padres o abuelos. Por otro lado, muchas enfermedades eran adjudicadas a la posesión de demonios. De esta manera, los enfermos eran considerados pecadores o hijos/as de pecadores, o simplemente endemoniados. En nuestro pasaje el enfermo es considerado endemoniado. Vale decir, que en muchos casos, las personas enfermas o endemoniadas eran echadas de la ciudad, teniendo que vivir fuera de ellas, con las dificultades y necesidades que esto implicaba. El caso más visible era el de los leprosos, quienes vivían en los márgenes de las ciudades y debían llevar una especie de cencerro colgado que hiciera ruido, para que las demás personas no se acercaran a ellos.
El endemoniado de nuestro pasaje vivía en los sepulcros o en el desierto. Tal era su situación, que muchas veces lo encadenaban y éste rompía las cadenas y se escapaba al desierto. Apenas Jesús llega a esta tierra de los gadarenos (en la rivera opuesta a Galilea), tierra de gentiles, le sale al encuentro este hombre. Está desnudo y los espíritus que lo dominan reconocen a Jesús como el Hijo del Dios Altísimo, y le piden que no los atormente. Lucas nos aclara que dicen esto porque Jesús les ordenaba que se fueran de este hombre. Jesús le pregunta cómo se llama y éste responde: “legión”. Esta palabra no es un nombre de propio sino que se refiere a un grupo de entre 4000 a 6000 soldados romanos. No sólo podríamos interpretar que el gadareno tiene “miles de espíritus malignos”, sino que también podríamos ver aquí una relación entre los espíritus malignos y el poder del Imperio manifestado en una legión de soldados romanos. Como afirma el teólogo Joel Morales Cruz: “ese poder opresor [romano] es conectado con la presencia demoníaca. Jesús tiene autoridad para librar al hombre de los demonios y los manda a entrar a los cerdos”. (1) En estos dos sentidos, podemos afirmar que Dios tiene poder sobre cualquier demonio. De la misma manera, podemos afirmar que Dios, en Jesús, se opone contra todo imperio que quiera someter y aprovecharse de otros pueblos. Y esto no por una cuestión ideológica, sino porque relaciona la opresión de los pueblos y las personas, con la acción del mal en medio de la humanidad.
Otro aspecto que debemos señalar es la actitud de la gente del lugar. El endemoniado en sanado y se lo puede ver vestido y en su juicio cabal. Pero la gente no está contenta ni están organizando los festejos para su conciudadano curado. La gente tiene miedo. Resulta muy interesante esta cuestión. Cualquiera diría que es más fácil tenerle miedo a un endemoniado que rompe las cadenas con las que se lo ata y vive en los sepulcros que tenerle miedo a un muchacho sano y a quien lo sanó. Algunos autores creen que por haber terminado los demonios en los cerdos y éstos ahogados en el lago, la gente tuvo miedo. Otros autores, sin embargo, nos ayudan a pensar en un sentido mucho más profundo. El endemoniado era “el endemoniado del pueblo”. Toda sociedad tiende a establecer algunos parámetros que sirven para organizar la vida de la misma. De esta manera, la mayoría de las personas cumplen estos parámetros y los que no lo pueden hacer son expulsados de la misma. Dejan de estar insertos en la sociedad para ocupar un lugar en el margen. Como el caso ya mencionado de los leprosos. En este sentido, toda sociedad se complace (aunque sea inconscientemente) en tener estos marginados. Porque de alguna manera, los problemas, lo malo, el pecado, los demonios y las enfermedades, las tienen quienes están en ese margen, y no quienes forman parte plenamente de la sociedad. Lo que sucede en nuestro relato del Evangelio, es que al quedar el endemoniado restaurado en su vida la gente se llena de temor. Y el temor surge porque ya no pueden mirar la anormalidad del endemoniado, ni su enfermedad, ni su locura. Y esto hace que se tengan que mirar unos a otros, y la enfermedad, los demonios, y el pecado, ahora puede estar en ellos, en ellas.
Cuando los que están en los márgenes logran entrar en la sociedad, la sociedad tiene temor, porque ahora todos podemos ser señalados, todos podemos estar enfermos, todos podemos tener algún demonio, todos podemos ser pecadores y pecadoras.
Hoy debemos poder hacer el ejercicio de distinguir el poder del Imperio que trae opresión, angustia y sometimiento y a quienes están al servicio de ese poder. Hoy ya no están los romanos y ya no están sus legiones para imponerse. Sin embargo, sigue habiendo quienes proponen someternos a un sistema económico financiero mundial dominado por el capital financiero, donde las decisiones se tomen en función de las ganancias (del capital) y no de las personas y de las vidas humanas. Sigue habiendo quienes pretenden imponer un sistema que privilegie el dinero por sobre la vida. Esto se hace evidente cuando los funcionarios se hacen inexplicablemente ricos por gobernar, supuestamente, para el pueblo que defienden. De la misma manera que se hace evidente, cuando un ministro le pide perdón a los capitales, como si fueran personas perjudicadas, humanizando el dinero y deshumanizando la vida.
Jesús proclamó el Reino de Dios predicando la vida plena para todas las personas y toda la creación. Por ende, el dinero debe estar al servicio de la humanidad y la creación y no al revés. Eso sería dejarse dominar por las fuerzas del pecado y del mal.

Pero también nos toca a nosotros y nosotras hacer el ejercicio de distinguir cuáles son las personas y los grupos que hacen de “nuestros endemoniados”. Cuáles son aquellas personas que necesitamos ver en los márgenes, señalándoles sus demonios, sus enfermedades y sus supuestos pecados, para sentirnos mas buenos, más morales y más cercanos a Dios.
A modo de ejemplo, quiero mencionar que el fin de semana pasado un joven norteamericano entró en un Club nocturno en Orlando, Florida (EE.UU.), frecuentado por latinos en su mayoría gays y lesbianas, y comenzó a disparar. Como resultado de este acto de horror, 48 personas murieron y cerca de 53 resultaron heridas. Gracias a Dios, nuestra Iglesia expresó mediante una carta de nuestro Obispo, “la certeza de que Dios considera a todos como sus hijos, más allá de su condición social, étnica, económica o sexual, y nos llama a trabajar por el cuidado de todas las personas”.
Quiero terminar con una breve reflexión al respecto que compartí por otros medios esta semana:

La sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra

“Entonces Jehová preguntó a Caín: -¿Dónde está Abel, tu hermano? y él respondió: -No sé.
¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”. Génesis 4:9
La sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Quizás pensamos que estamos muy lejos, que esto no pasa ni en nuestro país ni en nuestras ciudades. Pero nos equivocamos, pasa muy cerca nuestro, más de lo que estamos dispuestos/as a asumir.  
La sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Dios nos pregunta  como a Caín: “¿Dónde están? ¿Qué les pasó?”. Y nosotros contestamos resueltamente: “no lo sabemos, debe haber sido un loco suelto el que los mató”. No nos hacemos cargo del odio, la estigmatización y la discriminación que tantas veces crece en nuestras iglesias y comunidades de fe.  
La sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Y nosotros queremos ponernos a distinguir si eran cristianos, musulmanes, judíos o ateos… o peor, dentro del cristianismo comenzamos a hacer la distinción entre hijos y criaturas de Dios. Distinción que pareciera justificar para algunos/as,  que haya vidas con distinto grado de dignidad.  
La sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Clama a Dios, pidiéndole que quienes le adoran sean más como Él y menos como son. Para que cuando hablen de amor al prójimo lo vivan de verdad y para que cuando hablen de misericordia y compasión puedan practicarlas y no se queden sólo en palabras.  
La sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Esa sangre derramada injustamente nos debe hacer pensar si nuestras comunidades y grupos son lugares donde todas las personas pueden estar y sentirse cómodos/as. O si son comunidades y grupos que luego de decir “bienvenido/a”, realizan comentarios en voz baja por haber entrado una persona de la mano con otra del mismo sexo.   
La sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Debemos dar respuestas y no debemos quedarnos solo en buenas intenciones. Debemos darnos cuenta que lo que hacemos o lo que no estamos haciendo trae muerte, dolor y espanto. Y el Reino de justicia, amor, verdad y paz en vez de estar cada vez más cerca, se aleja un poco más cada día.  
Quiera Dios que su Espíritu de amor y compasión hecho carne en Jesús, nos movilice y aliente a ser agentes de transformación y cambio en la verdadera búsqueda del Reino de Dios en medio nuestro.    


(1) Joel Morales Cruz, Profesor Adjunto de Teología, Lutheran School of Theology at Chicago - Chicago, Ill. (https://www.workingpreacher.org/preaching.aspx?commentary_id=1702).

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