martes, 14 de julio de 2015

Predicación

7° Domingo de Pentecostés – 12 de Julio de 2015
P. Maximiliano A. Heusser

Leer: 2 Samuel 6:1-5, 12b-19 - Amós 7:7-15 - Marcos 6:14-29
Hermanos y hermanas, que la gracia de Dios sea con cada uno de nosotros y nosotras.
Al leer los pajes bíblicos que nos corresponden hoy, me dije a mí mismo: “¡Qué bueno que no conozco a ningún rey!”. Porque todos los textos articulan la voz y la voluntad de Dios, con la voz y la voluntad de un rey o gobernante.
Me quiero detener especialmente en el pasaje del Evangelio de Marcos. Este es el relato de un episodio absolutamente macabro. Es una escena digna de una película. Antes de entrar en lo relatado, vale decir que Marcos menciona lo sucedido con Juan, en ocasión de mencionar en los primeros versículos (6:14-16) que la fama de Jesús se había extendido, llegando incluso al mismo Herodes. El tetrarca de Galilea cree que Jesús puede hacer lo que hace y tener los “poderes” que tiene, porque es Juan el Bautista que ha resucitado. Las demás personas también están confundidas respecto de la identidad de Jesús. Algunos creen que es Elías que ha vuelto, otros creen que es un nuevo profeta, y otros creen que un gran profeta, como los de antes (6:15). Esta confusión nos hace acordar a las palabras de Jesús a sus discípulos en Mateo 16:13: “¿Quién dice la gente que soy?”. Y los discípulos le responden haciendo afirmaciones similares a las acabamos de relatar.
En este contexto de confusión, Herodes cree que Jesús es Juan el Bautista (o bautizador) que habiendo sido decapitado por su orden, ha resucitado de entre los muertos.
Vale decir también, que Juan bautizó a Jesús en el rio Jordán, y luego de que Jesús es tentado en el desierto, Juan es arrestado, justo antes del comienzo del ministerio de Jesús.
Desde el versículo 17 en adelante, Marcos narra lo sucedido entre Juan el Batista y Herodes. El tetrarca de Galilea había tomado por esposa a su cuñada, Herodías, mujer de su hermano Felipe. Juan el Bautista, con su predicación del arrepentimiento y de la necesidad de volverse a Dios, había llegado hasta Herodes señalándole su pecado: “No te está permitido tener la mujer de tu hermano”, (6:18). Por esto, Herodes lo había arrestado y encerrado en la cárcel. Herodías, la nueva mujer de Herodes, tenía toda la intención de deshacerse definitivamente de Juan quitándole la vida. Esta mujer, acostumbrada a la vida de los palacios y a convivir con quienes toman decisiones que afectan la vida de los demás, pretendía hacer lo mismo. Herodías quería sacarse la piedra del zapato eliminando a Juan.
Herodes, si bien lo había arrestado, le guardaba temor porque sabía que Juan era justo y santo (6:20). Incluso, lo escuchaba de buena gana y se quedaba perplejo al escucharlo. Es decir, a Herodes no le convenía escuchar a Juan, no le convenía su mensaje, pero sin embargo, sus palabras llegaban a Herodes y por lo menos lo dejaban pensando. Pero prestemos atención, no debemos creer que Herodes era bueno. Había arrestado a Juan y lo tenía sujeto con cadenas en una celda (6:17).
Llegado el día de su cumpleaños, Herodes decide –como era y sigue siendo la costumbre- hacer una gran fiesta invitando a las personalidades de Galilea. En ese festejo, entró la hija de Herodías y danzó para Herodes y sus notables invitados. La danza agradó a Herodes y al resto de los presentes, tanto que el rey promete –exageradamente- darle a la chica lo que sea que ella pida. La chica sale y consulta con su madre Herodías qué pedir, a lo que ésta le solicita que pida la cabeza de Juan el Bautista. Así lo hizo la muchacha y esto entristeció a Herodes, pero, por estar delante de los notables y no queriendo quedar mal lo mandó a decapitar.
Mostrarse poderoso, fuerte, y un hombre de decisión, vale más que el temor que le tenía a Juan y el quedarse pensando con sus palabras. El ejercicio del poder por el poder mismo vale más para Herodes que la vida de cualquiera de los integrantes de su pueblo.
Juan el Bautista es un personaje emblemático en los evangelios. Su predicación del arrepentimiento y la conversión, en una sincera búsqueda de la voluntad de Dios, no distingue entre la gente común del pueblo, ni entre los religiosos y conocedores de las Escrituras, ni entre los poderosos de su tiempo, como Herodes Antipas. Su predicación es para todos.
No debemos, entonces, limitar la predicación de Juan y las consecuencias de su mensaje, a un argumento de tipo moral respecto del matrimonio de Herodes y Herodías. Juan el Bautista no enfrenta la cárcel y posteriormente la muerte por una predicación de tipo moral. Pensar esto sería limitar y encerrar la predicación de Juan en un solo aspecto. Debemos reconocer que la predicación de Juan era mucho más amplia. Como afirma el Pastor presbiteriano Ricardo Rojas:
“Juan se ha metido en serios líos porque no ha podido permanecer en silencio ante la injusticia y el deterioro político. Está en líos porque posee un entendimiento del Reino de Dios que contrasta con el de muchas personas. Para Juan, el Reino de Dios y el reino de este mundo están en una seria confrontación. Está resuelto a dejarse usar por Dios, aun cuando ser boca de Dios en este momento y contexto particular, es sinónimo de muerte”.
La cárcel y la muerte de Juan el Bautista, entonces, son la consecuencia de la totalidad de su predicación. Son la consecuencia de discernir la voluntad de Dios para su tiempo y su realidad, y ponerla en palabras.
También vale la pena detener nuestra mirada sobre Herodes Antipas. Este es el hijo de Herodes el grande, quien había sentenciado a muerte a todos los niños menores de dos años de Belén y sus alrededores, cuando se enteró del nacimiento de Jesús (Mateo 2:16ss). El tetrarca de Galilea, también había visto cómo su propio padre mataba a algunos de sus hermanos con intenciones de llegar al trono. Sabe lo difícil que puede ser mantener el poder. Sabe que el respeto por la vida, la verdad y la justicia no son valores que haya que tener en cuenta para conservar el poder real. Sabe lo que quiere y sabe los daños colaterales que tendrá que causar a otros.
Es necesario que nosotros podamos identificar quiénes son hoy los descendientes espirituales de Herodes (como afirma el Pastor Atilio Hunzicker – IERP).
- Sabemos que en nuestra provincia de Córdoba, el desmonte no sólo es algo que no se detiene, sino que está alterando nuestro clima y la posibilidad del suelo de contener el agua de lluvia, con las consecuencias del caso. Hay descendientes de Herodes en Córdoba que tienen responsabilidad sobre esto: gobernantes y empresarios.
- Sabemos que la siembra de soja avanza en los campos de nuestra provincia y país, arruinando la tierra y trayendo contaminación por los agroquímicos que se utilizan en las fumigaciones. Hay descendientes de Herodes a los que no les importa en absoluto la vida de sus vecinos, con tal de obtener mayor rédito económico.
- Sabemos que el flagelo de la droga está cada vez más presente en medio nuestro, de la misma manera que sabemos la complicidad de quienes deben combatirla. Hay descendientes de Herodes en medio nuestro.
- Sabemos -y tenemos experiencia en esto- que las promesas de los políticos y las declaraciones grandilocuentes, la mayoría de las veces no se concretan en acciones, y se quedan en palabras. No buscan servir al pueblo sino servirse del pueblo. Hay descendientes de Herodes en medio nuestro que harían o dirían cualquier cosa para estar en el poder.
Podríamos seguir haciendo afirmaciones de este tipo…
Es necesario que hagamos este ejercicio. Nuestra fe no puede pasar solamente por venir al culto el domingo y por leer el Aposento Alto en la semana. ¡No señor! Debemos hacer este ejercicio pidiéndole a Dios que nos ilumine, para que podamos discernir su voluntad para nuestro tiempo y realidad.
De la misma manera, luego de hacer este ejercicio, debemos identificar las voces que suavemente se escuchan denunciando estas cuestiones. Gracias a Dios ya hay personas que están levantando su queja y su denuncia. Hay algunos valientes periodistas independientes que se animan. Hay algunas ONGs que trabajan sin miedo y con fuerza. Debemos unirnos a ellos y a ellas, asumiendo el costo de vivir una fe comprometida. Una fe que -entendiendo la voluntad de Dios- no se queda callada. Una fe que levanta la mirada de la Biblia leyendo también la realidad en la que vive.
Nos toca a nosotros los cristianos y cristianas asumir el rol de Juan. Nos toca a nosotros y nosotras predicar el Reino de Dios. Un Reino donde haya más justicia, más igualdad de oportunidades, donde se respete la vida del planeta y la vida del otro/a, donde convivamos fraternalmente en paz y libertad.

Quiera Dios, darnos más de su Espíritu Santo, para que tengamos el discernimiento necesario para poder leer la realidad en la que vivimos. Que su Espíritu también nos ayude a velar y buscar ese mundo distinto que predicó Juan el Bautista y que hizo carne Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. Amén. 

martes, 7 de julio de 2015

Predicación

6° Domingo de Pentecostés – 05 de Julio de 2015

Leer: Marcos 6:1-13
El texto del Evangelio se encuentra a continuación del pasaje sobre el que reflexionamos el domingo pasado en la Iglesia de Alta Córdoba. Allí Jesús estando de camino a la casa del dignatario de la sinagoga para sanar a su hija, es tocado por una mujer con flujo de sangre, y ésta fue sanada al instante. Dos mujeres, una pequeña y una adulta recuperan plenamente sus vidas.
1. En la primera parte del pasaje (Mc 6:1-6), Jesús vuelve a su tierra acompañado de sus discípulos -asumimos que se trata de Nazaret- y el sábado fue a la sinagoga y comenzó a enseñar allí. Como sucedió en otras oportunidades, al enseñar, quienes lo escuchan se admiran. También se preguntan de dónde ha sacado esa sabiduría con la que habla, y cómo es que hace los milagros que hace. Hasta aquí (versículos 1 y 2) nada parece ser distinto de lo que le ha pasado en otras oportunidades. En Mc 1:22 la gente ya se admiraba de cómo enseñaba… Pero las preguntas que esta gente se hace en el versículo tres y el comentario de Marcos (el evangelista), nos hacen ver que la situación es totalmente distinta. Las personas presentes en la sinagoga se preguntan si Jesús no es el carpintero (a quien conocían seguramente), recuerdan que conocen a su madre, María, a sus hermanos (hasta por nombre) y a sus hermanas. Es como que hacen un repaso mental en el que se dan cuenta que saben muchas cosas de Jesús. Y la suma de la admiración por la sabiduría de Jesús y los milagros que realizaba por un lado, más lo que conocían de Él por el otro, da como resultado que las personas se escandalicen. Algunas traducciones utilizan expresiones más suaves afirmando que Jesús los dejo contrariados o confundidos. En griego se utiliza la palabra “escandalizaron”. Al escándalo Jesús responde con una expresión popular: “No hay profeta sin honra, excepto en su propia tierra, entre sus parientes, y en su familia”. Jesús se da cuenta que este escándalo que ha provocado su presencia, sus palabras y la difusión de sus milagros, no traen nada bueno entre los suyos ni entre su pueblo. Tal es la situación que son muy pocos los milagros que puede realizar allí (vs. 6:5). En el final de esta primera parte, el que está asombrado ahora es Jesús, éste se asombra de la incredulidad de ellos, es decir, de su falta de fe.
Lo primero en lo que quiero que reflexionemos es en lo que produce el “escándalo de Nazaret”. Lo que esta situación tiene de diferente con todas las otras veces que Jesús enseñó e hizo milagros e iba a enseñar y hacer milagros más adelante, es que en este pueblo, su pueblo, lo conocen. Resulta muy interesante que ellos comienzan admirándose, es decir, podría haber habido un final feliz para la estadía en Nazaret. Sin embargo, luego de la admiración, caen en cuenta de que lo conocen. Aparece entonces todo un bagaje de recuerdos y conocimientos acerca de Jesús, de experiencias que estas personas han tenido con el Jesús de antes del bautismo (Mc 1:9ss). Y este complejo bagaje de conocimiento termina funcionando como prejuicio. Lo que saben de Jesús termina imposibilitando no sólo la fe (que crean en él), sino también que se manifieste el poder de Dios. Sólo pudo hacer algunas pocas sanaciones (Mc 6:5).
2. Esto me hacía pensar en cómo puede, muchas veces, condicionar nuestro acercamiento a Dios y nuestra búsqueda de su voluntad, lo que sabemos de Él. Es decir, cómo nuestro conocimiento bíblico, teológico, y nuestra misma vida de fe, pueden llegar a ser un impedimento para la manifestación de Dios en medio nuestro y para el entendimiento de su voluntad.
En este sentido, una posible clave para no tener este problema, será ser lo suficientemente abiertos como para dejarnos sorprender por Dios. Dicho en otras palabras, debemos intentar que nuestro conocimiento acerca de Dios sea flexible y pueda tener una relación dialéctica (diálogo) con la realidad que vivimos y observamos. Los habitantes de Nazaret no pudieron poner en diálogo lo que sabían de Jesús con lo nuevo y distinto que observaban. Y uno podría decir: “hay que entenderlos, quizás nos hubiera pasado lo mismo”. Y es verdad. Pero no es una excusa. Nosotros podemos entenderlos, pero también tenemos que observar, que por su actitud no sólo no creyeron en Jesús, no lo aceptaron, sino que impidieron que se manifestara el poder de Dios. Esto es grave. Nuestro conocimiento acerca de Dios debe ser dinámico, no puede ser algo rígido y estancado. Debe estar en una relación dialéctica con la realidad que vivimos.
3. En mi caso particular, soy uno de los pastores más jóvenes de la Iglesia Metodista. Por esta razón, algunas de mis posiciones y planteos teológicos (incluso realizados desde el púlpito) han llegado a incomodar a algún hermano o a alguna hermana. Algunos pueden reprocharme que sea teológicamente moderno, que mis posiciones sean progresistas, o que, incluso, me salga de la doctrina. Y es muy probable que tengan razón…
Debo confesar que en más de una oportunidad he creído que habiendo alcanzado un determinado conocimiento teológico y posicionándome con seguridad respecto de temas controversiales de nuestro tiempo, había llegado a un lugar del que no me tenía que mover ni un centímetro. Este pasaje me hizo reflexionar en que no importa en absoluto todo el conocimiento bíblico, teológico y experiencial que podamos tener, si no lo ponemos en diálogo con el momento presente que nos toca vivir.
En otras palabras, no basta con ser moderno o con tener posiciones de vanguardia, porque también puedo fosilizar esos posicionamientos, impidiendo creer renovadamente en Jesús el Cristo, e impidiendo que se manifieste el poder de Dios.
4. En la segunda parte del texto del Evangelio (Mc 6:7-13) vemos el envío que Jesús hace de sus discípulos de dos en dos. Jesús les da las indicaciones de lo que deben hacer, cómo deben hacerlo y qué deben llevar para hacerlo.
Estas indicaciones de Jesús nos deben ayudar a reflexionar sobre cómo llevamos adelante la misión nosotros hoy. ¿Qué es lo que queremos hacer? ¿Cómo lo vamos a hacer? Y ¿Con qué lo vamos a hacer?
Durante el encuentro Interdistrital del fin de semana pasado, en uno de los momentos de reflexión conjunta, reflexionábamos sobre la misión que la Iglesia debe llevar adelante. Quiero llamar la atención sobre uno de los comentarios que se hicieron, sobre el que oportunamente también llamé la atención. Alguien sostuvo que sabemos bastante bien lo que queremos y debemos hacer como Iglesia (el “qué”). Pero muchas veces “hacemos agua” en la forma o metodología que elegimos para hacerlo (en el “cómo). Mi comentario en ese momento fue, que muchas veces nuestro “qué” es perfecto y correcto. Por ejemplo: anunciar el Evangelio y predicar a Cristo. Nadie pondría en dudas que esto está bien. Sin embargo, en algunas oportunidades, la forma que elegimos para anunciar el Evangelio y predicar a Cristo, son tan desafortunadas que atentan y desvirtúan el Evangelio y al mismo Cristo. En algunas oportunidades nos consolamos diciendo que hay que predicar a tiempo y fuera de tiempo (2 Timoteo 4:2), como si las palabras de la Epístola nos habilitaran a hacer cualquier cosa y de cualquier manera…
Para llevar adelante la misión también debemos agiornarnos. También se debe dar una relación dialéctica entre lo que queremos decir (el “qué”), con la manera elegida para hacerlo (el “cómo”), que tenga en cuenta el mundo y la realidad a la que quiero llegar con el mensaje del Evangelio.
Para ir finalizando, es necesario tener en claro que todos mis conocimientos acerca de Dios deben estar en una relación dialéctica con el momento que me toca vivir. Me debo actualizar sistemáticamente.
Por otro lado, debo saber que esa actualización y relación dialéctica debe ser constante, no debo fosilizarme ni hacer rígidas las posturas a las que llegue. Esto no es nihilismo ni afirmar que todo es relativo. Todo lo contrario. Esto significa que a pesar de cualquier seguridad a la que llegue, si me permito ponerla en diálogo con la realidad, Dios me puede sorprender y su poder se puede manifestar en medio nuestro.
Finalmente, esa relación dialéctica tiene que llegar a la misión que intentamos llevar adelante. Hay que poder a dialogar lo que queremos hacer, con la manera en la que queremos hacerlo, teniendo en cuenta las personas y la realidad a la que queremos anunciarles el Evangelio.
Quiera Dios ayudarnos a reflexionar en el diálogo, para que nuestra fe sea cada vez más dinámica, y para que el poder de Dios se manifieste con poder en medio nuestro.
Que así sea, Amén.

Pbro. Maximiliano A. Heusser

Córdoba, Argentina.
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