martes, 9 de junio de 2015

Predicación

2° Domingo de Pentecostés – 07 de Junio de 2015
P. Maximiliano A. Heusser

Leer: Génesis 3:8-15 - 2 Corintios 4:13 – 5:1 - Marcos 3:20-35.
A medida que una sociedad o un pueblo se va conformando y organizando, van apareciendo ciertas normas que lo van regulando. En este caso no me refiero a normas legales (que también las hay), sino a aspectos culturales, simbólicos, sociales, económicos, familiares, incluso religiosos. Es decir, va surgiendo una manera particular de ser pueblo o sociedad. Debido a la postulación de estas normas se va creando la idea de que aquellos/as que las siguen y respetan son “normales” y aquellos/as que no las siguen son “anormales” (literalmente: quienes no se ajustan a la norma). Como el pueblo o la sociedad está medianamente organizada, crea –muchas veces- lugares distintos y separados para estos “anormales”. Así han surgido las cárceles, los leprosarios, los institutos de menores, los psiquiátricos, etc.
Como contexto de nuestro pasaje del Evangelio, debemos leer Marcos 3:7-12. Allí se menciona que Jesús sanaba a los enfermos, a los que tenían plagas, a los que tenían espíritus impuros y las multitudes venían a verlo desde todos lados. Jesús está en permanente contacto con los “anormales” de su tiempo.
El pastor luterano Guillermo Hansen, reflexionando sobre este pasaje sostiene que hay tres tipos de “locura” o anormalidad en este pasaje:
“La "locura" de quienes están poseídos y necesitan ser liberados, la "locura" de aquellos que, asumiéndose normales y custodios del orden, condenan como locura/satánico el poder de Dios que libera, y la locura de Jesús que cumple con la voluntad del Padre encarnando la santidad de Dios en medio de lo alejado de Dios”. (1)
Jesús vuelve “a casa”, se presume que se trata de la casa de Pedro en Capernaúm, y hay tanta gente que ni siquiera pueden comer. Es de destacar lo que sucede después. Los suyos, familiares, amigos y conocidos de Jesús antes de que comenzara su ministerio, lo quieren agarrar (detener - prender). La razón para esto es que creen que Jesús está “fuera de sí”. La familia y amigos de Jesús creen que se ha convertido en un “anormal”, alguien que no está bien.  Alguien que necesita ser controlado. ¿Por qué creen esto? Se han enterado -y posiblemente han visto- con qué personas se rodea Jesús. Han visto quiénes son los que buscan a Jesús: endemoniados, enfermos, pecadores, locos y anormales de la época… Quizás también estaban asustados por sus discusiones y enfrentamientos con los escribas y fariseos… Quizás no terminaban de entender de qué hablaba cuando predicaba la conversión y el Reino de Dios… Quizás tenían miedo de que las autoridades romanas, al ver que lo seguía tanta gente, lo quisieran arrestar… No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que querían impedir que Jesús siguiera con su ministerio.
Aquí aparecen los escribas que se han acercado desde Jerusalén para atacar a Jesús. La razón para atacarlo es que consideran que está poseído por Satanás y que por esa razón puede echar fuera los demonios. Es decir, no dudan de que expulse demonios, pero creen que lo hace siendo dominado por el príncipe de los demonios. De alguna manera, los religiosos “normales” de la época han viajado desde Jerusalén para atacar al “anormal” Jesús. Este grupo de escribas busca detener a Jesús, detener su predicación, detener su accionar en medio de un pueblo tan necesitado.
Jesús no parece ofenderse, sino que los llama y les habla por parábolas. Jesús menciona que un reino dividido contra sí mismo no puede permanecer. Una casa dividida tampoco podrá hacerlo. Si Satanás se levanta contra sí mismo desaparecería… La segunda imagen es la de un hombre fuerte al que se le quiere entrar a robar, Jesús dice que primero hay que atarlo para después robarle. De esta manera echa por tierra el planteo de los escribas y afirma que tiene más poder que Satanás, quien de alguna manera, está “atado”.
El poder de Dios manifestado en Jesús no sólo vence a los demonios, sino que restablece la plenitud en aquellas personas que habían sido dejadas de lado. Jesús reinserta en la sociedad a aquellos y aquellas que la misma sociedad había hecho a un lado.
Luego, como reflexión a los escribas, habla del pecado que no tiene perdón. Se trata de blasfemar contra el Espíritu Santo. Marcos, el evangelista, se encarga de aclararnos que Jesús dijo esto por el planteo de los escribas diciendo que Él tenía un espíritu impuro o al mismo Satanás. El pecado imperdonable parece ser confundir la acción amorosa y misericordiosa de Dios en el mundo con algo malo, con algo que no viene de Dios. En otras palabras, el pecado imperdonable será no reconocer la voluntad de Dios para con la humanidad.
En la última parte del pasaje, vuelve a aparecer la familia de Jesús. Evidentemente no lograron prenderlo como querían hacerlo en 3:21. Incluso, ellos están afuera, no están entre quienes están escuchando a Jesús. Este no es un dato menor, por lo menos para Marcos, la madre y los hermanos de Jesús todavía no están entre los seguidores de Jesús. Jesús contesta al aviso que alguien le hace respecto de que están afuera y lo buscan, que todo aquél que hace la voluntad de Dios es su madre y sus hermanos. Seguramente fueron palabras difíciles de entender en su momento. Seguramente si nos ponemos en el rol de madre o familiares de Jesús, notaremos que estas palabras de Jesús fueron durísimas. Pero ¿Será que Jesús afirma que los lazos familiares son relativos e insignificantes? ¿Significarán estas palabras que la familia no importa? ¿Será que el seguimiento de Jesús implica cortar las relaciones familiares? Definitivamente no. Lo que Jesús sostiene es que son parte de su familia quienes buscan y hacen la voluntad de Dios. Hay una nueva forma de ser familia. Una familia lo suficientemente “anormal” como para buscar juntos y juntas la voluntad de Dios.
Guillermo Hansen hablaba de las tres “anormalidades” o “locuras” presentes en este relato del Evangelio. Creo que nuestra reflexión personal y comunitaria debe ayudarnos a identificar en qué locura estamos y en qué locura queremos estar. Uno siempre debe hacer el ejercicio de reconocer en dónde está, para recién ahí, saber a dónde quiere llegar.
1. La primera “anormalidad” o “locura” pasaba por quienes estaban sufriendo enfermedades y necesitaban ser sanados, o estaban endemoniados y necesitaban ser liberados. O tenían otro tipo de “anormalidad”, pero sin embargo, Jesús se acercó y estuvo con ellos. Este grupo tiene la bendición de que Dios quiere hacer su obra en ellos. Dios quiere que estas personas reciban su gracia, su amor, su misericordia y su perdón. Y esa acción de Dios para con ellos les posibilita acceder a la vida digna y plena que quiere para toda la humanidad. Algunos necesitaban un hecho milagroso de Dios, otros simplemente necesitaban una palabra de afecto, de perdón, y sentirse tenidos en cuenta por este Dios que busca a los “anormales”.
2. La segunda “anormalidad” o “locura” pasaba por aquellos que asumiéndose normales y custodios del orden (como los escribas), condenaban el poder liberador de Dios manifestado en Jesús, alegando que era un poder del mal. Esta locura particular está enceguecida sin poder entender el poder de Dios y cómo éste obra en el mundo. El problema con esta locura radica en que quienes la padecen, no creen estar padeciéndola. No sólo no ven el obrar de Dios en el mundo, sino que cuando lo ven, creen que es el mal el que está obrando. Estas personas prefieren que los anormales se queden en sus respectivos lugares de marginalidad y que no se junten con los demás normales. Tienen también un profundo respeto por el statu quo. Que las cosas sean como han sido siempre.
3. En tercera instancia tenemos la “locura” o “anormalidad” de Jesús. Éste cumple la voluntad de su Padre, encarnando la santidad de Dios en medio de lo aparentemente más alejado de Dios. La locura de Jesús es peligrosa porque va a contramano de todos. Jesús se junta con los que nadie quiere juntase. Jesús les habla a aquellas personas a las que hace tiempo nadie les quiere hablar. Jesús toca a personas que hace años no reciben una caricia o una palmada. Jesús presta especial atención a los márgenes de la sociedad. Márgenes que están llenos de gente. Márgenes que han sido construidos sin justicia, sin misericordia, sin amor, por centros poderosos y alejados de la voluntad de Dios.
¿En qué locura estoy? ¿En qué locura quiero estar? ¿En qué locura estamos? ¿En qué locura queremos estar? ¿Hacia dónde habrá que ir?
Me parece necesario terminar pensando en la familia que supera los lazos de sangre. La familia de Jesús es la que busca hacer su voluntad en el tiempo y en el espacio que le toca vivir. La familia de Jesús es la que reconoce el accionar de Dios en medio de su pueblo. La familia de Jesús, es aquella que sigue sus pasos, imita sus gestos, copia sus acciones, actualiza ese obrar en el día de hoy. La familia de Jesús está tan loca como él.
Quiera Dios llenarnos de la locura de su Hijo, para que podamos abandonar el centro en el que a veces nos ubicamos, para empezar a involucrarnos con los márgenes, donde caminó, enseñó, sanó y predicó el Dios hecho ser humano, Jesús. Que así sea. Amén.


(1) La reflexión completa de Guillermo Hansen se puede consultar en: https://www.workingpreacher.org/preaching.aspx?commentary_id=1375

martes, 2 de junio de 2015

Predicación

Domingo de Trinidad – 31 de Mayo de 2015
P. Maximiliano A. Heusser

Leer: Isaías 6:1-8 - Romanos 8:12-17 - Juan 3:1-17

El texto del Evangelio de Juan nos relata el encuentro entre Nicodemo y Jesús. Nicodemo era una persona importante de los judíos y pertenecía al grupo de los fariseos. Un grupo tradicionalmente opuesto a la persona, al mensaje y a las prácticas de Jesús.
Como hemos mencionado ya en alguna oportunidad respecto del Evangelio de Juan, los detalles no son casuales sino que están cargados de sentido. Por esto, que Nicodemo venga a Jesús de noche no es un detalle menor. En el prólogo del Evangelio, Juan define a Jesús como “la luz”. Uno viene desde las tinieblas en plena noche y el otro es la luz que ha venido al mundo.
Es difícil entender la intención real de Nicodemo en este encuentro. Al venir de noche podemos pensar que busca no llamar la atención y que los seguidores de Jesús no lo vean. También podría ser que no quisiera que lo vieran los demás fariseos evidenciando así que pensaba de Jesús algo distinto de sus colegas judíos.
Nicodemo llama “Rabí” a Jesús, un título popular que la gente le daba a un maestro de su tiempo. Todavía no sabemos si se lo dice sinceramente o es una forma de congraciarse con él.
Nicodemo también sostiene que hay un grupo de personas (¿fariseos, tal vez?) que creen que Jesús no podría hacer lo que hace si no viniera de Dios. Son palabras halagadoras las de este fariseo. Todavía no sabemos si son honestas.
Jesús frontalmente le dice que si no se nace de nuevo no se puede ver el Reino de Dios. Parece que Nicodemo no entiende mucho y se queda concentrado en la metáfora y no es el mensaje profundo que estaba detrás de ella.
Jesús aclara un poco más: hay que nacer del agua y del Espíritu para entrar al Reino de Dios. Aquí podemos ver cómo la comunidad de Juan recuerda el bautismo de agua para conversión, realizado por Juan el Bautista, y cómo han sumado el bautismo del Espíritu, como una práctica necesaria, para vivir una vida distinta. Esto era aquello que Nicodemo parece no entender… Los dos son maestros, Rabi, pero parece que saben de cosas distintas…
En la última parte del pasaje encontramos algunos de los conceptos más valiosos de todo el Evangelio de Juan, y también, de todo el Nuevo Testamento. Los versículos 16 y 17 nos hablan del amor de Dios y de su voluntad para con la humanidad.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”.

1. En primer lugar quiero llamar la atención sobre el fariseo Nicodemo. Nicodemo conocía la ley mosaica al detalle, conocía también las interpretaciones que había hecho su propia tradición al respecto, y a su vez, conocía y animaba a otros a practicar ciertos ritos de purificación en obediencia a la ley. Dicho en otras palabras, era un conocedor de la ley y un defensor acérrimo de las prácticas y costumbres judías.
Para terminar de conocer a Nicodemo, Juan lo menciona en dos oportunidades más. Allí podremos advertir cuál fue la intencionalidad que tuvo al acercarse a hablar con Jesús. Quizás podamos imaginar también, cuál fue el efecto que tuvo esa charla con Jesús sobre su propia vida. Juan lo menciona en el final del capítulo 7, intentando convencer a demás fariseos y principales sacerdotes de escuchar a Jesús antes de juzgarlo. También lo menciona en el final de Juan 19, preparando el cuerpo de Jesús crucificado junto a José de Arimatea.
Lo primero que debemos destacar es que Nicodemo tuvo la valentía necesaria para acercarse a Jesús a pesar de estar en la vereda de enfrente. Nicodemo, con sus dudas, su desconfianza, sus oscuridades, sus temores, se acerca al que sabe que piensa muy distinto de él. Se acerca, y aunque le cuesta, quiere entender.
Debemos aprender de esta actitud. Muchas veces los que conocemos la Palabra, los que somos defensores de buenas prácticas y costumbres cristianas, necesitamos tener la humildad de escuchar a alguien que dice algo distinto. Debemos ser menos soberbios y altaneros y no pretender (esto es más difícil aún) ir a decirle al otro lo que debe pensar.
De la misma manera, debemos aprender de Nicodemo, que por más que “estemos en otra”, por más que estemos alejados de Dios y su voluntad, por más que estemos en el reino de las dudas, de las desconfianzas, de la crítica, Él está dispuesto a escucharnos, a recibirnos, a hacernos pensar otras cosas en las que nunca habíamos pensando. El Señor siempre está dispuesto a que redescubramos lo que espera de nosotros y nosotras.
2. En segundo lugar, y saliendo de la cuestión de Nicodemo, quiero que pongamos la atención en las palabras de Jesús al final del pasaje de hoy. Como decía hace un momento, en los últimos dos versículos (Juan 3.16-17), Jesús nos habla del amor de Dios y de su voluntad para con la humanidad.
Dios nos ama tanto, pero tanto a los seres humanos y a la creación toda, que dio a su único Hijo para que todo aquél que crea en Él, no se pierda, no se confunda, no se equivoque feo, sino que conozca lo que Dios espera de él o de ella y pueda tener vida eterna.
Dios no nos ama un poco, Dios no nos ama a medio tiempo, Dios no nos ama con peros ni con condiciones, nos ama todo lo que nos puede amar. Y ese amor ENORME de Dios es para todos y cada uno de los seres humanos. No hay nadie que no merezca el amor de Dios. En este sentido, todos y cada uno de los seres humanos somos iguales en dignidad. Porque Dios nos ama a todos por igual. Y ese amor de Dios afecta notablemente nuestra vida cuando lo dejamos entrar, cuando aceptamos que ese amor tan grande es para nosotros, cuando accedemos a creer en Jesús…
En la misma línea dice Jesús que él no vino al mundo para condenarlo, sino para salvarlo. Es decir, que Jesús no vino a hacer el listado de los posibles pasajeros al tren del infierno, sino todo lo contrario.
Pensando en este segundo punto, no dejo de asombrarme en cómo los cristianos y principalmente los evangélicos –por lo menos algunos- nos empecinamos en querer hacer la lista de los posibles pasajeros al tren del infierno. Es como si nos aflorara la vocación de hacerlo. Casi que nos sentimos llamados por Dios a hacer ese listado…
Internet tiene la particularidad de que uno puede escribir algo y muchas personas lo pueden leer. Incluso, según el formato de ese lugar, las personas pueden hacer un comentario al respecto de lo que leen. En ese lugar tuve la oportunidad de leer la confesión de un muchacho respecto de un presunto pecado. No saben ni se imaginan la cantidad de comentarios durísimos que recibió este muchacho. Vale aclarar que el sitio era evangélico. Lo defenestraron, lo trataron de pecador, caído, débil en la fe, vergüenza de Dios, carnal, imposibilitado para ejercer cualquier ministerio, etc. Yo no sé si este muchacho volvió a la iglesia después de leer todos los comentarios que le hicieron. Es más, si no volvió lo puedo entender. Si volvió a la iglesia después de todo esto, puedo decir que Dios mismo obró un milagro en Él.
Dios no envío a su hijo a condenar al mundo sino a salvarlo. Los seguidores de Jesús, los creyentes, tenemos que seguir su ejemplo. Debemos bajarnos del banquito en el que nos subimos con el dedo acusador y el ceño fruncido, para sentarnos a conversar de igual a igual con aquellos que necesitan saber y entender que Dios les ama.
Cuando nos preguntamos por qué a los jóvenes les cuesta venir a la Iglesia, por qué muchos de ellos no se sienten representados en nuestra manera de vivir la fe, por qué algunos de ellos dicen –incluso- que somos hipócritas, tenemos que pensar en estas cosas. Por qué algunos están más comprometidos fuera de la iglesia que dentro de ella, tenemos que pensar en esto. Algunos participan en ONGs, centros de estudiantes, programas de voluntariado, agrupaciones políticas… tienen un compromiso marcado con el otro.
Creo con sinceridad que la sociedad ha dado algunos pasos significativos. Como sociedad estamos entendiendo que la discriminación es algo malo; estamos también entendiendo que la sociedad es más diversa de lo que pensábamos y que, por ende, no todos somos iguales. Estamos en el costoso camino a entender que la mujer es igual al hombre y no un ser inferior. Estamos tratando de entender que vivir plenamente es mucho más complejo de lo que nos venían enseñando. Como sociedad hemos dado pasos significativos…
De la misma manera y con sinceridad, creo que como iglesia no hemos acompañado totalmente esos pasos significativos. Si bien es cierto que algunos pasos hemos dado en algunas áreas, es cierto también que en otras nos hemos quedado atrás. Y no estoy diciendo que debemos ser “como el mundo”. Sino que debemos ser creativos y abiertos para poder seguir anunciando el Evangelio de Jesucristo. Porque si nos quedamos varados en ciertas maneras de pensar, el Evangelio dejará de ser una buena noticia, convirtiéndose en una noticia vieja. Y si hay algo que no tiene valor y nadie quiere recibir ni escuchar es una noticia vieja…
3. En tercer y último lugar, ese amor ENORME de Dios para con la humanidad debe movilizarnos y hacernos salir de nuestros moldes. Ese amor tan grande de Dios por nosotros nos tiene que hacer amar a los demás. Sin merecer ese amor lo hemos recibido por gracia de Dios, entonces indefectiblemente debemos compartirlo con otros y otras.
Quiero que pensemos en el agua. Siguiendo los planteos físico-químicos, se sabe que la misma masa de agua líquida al pasar a estado sólido (hielo) ocupa mayor volumen. Dado que al congelarse el agua se expande, ejerce una presión desde adentro hacia afuera en las paredes del envase, el cual, si es rígido y frágil, como lo es el vidrio, se rompe.
Pensando en la actitud de Nicodemo en su acercamiento a Jesús, pensando en el ENORME amor que Dios tiene para con toda la humanidad, seamos como seamos, y pensando en el ENORME amor de Dios que somos llamados a compartir, creo que la imagen del hielo en la cubitera nos puede ayudar. Somos el agua y por gracia de Dios hemos llegado a un determinado lugar, con una manera de pensar, de vivir la fe, de relacionarnos con los demás que nos contiene y donde nos sentimos muy cómodos/as. Pero, con el paso del tiempo y al tener cada vez menos contacto con otros lugares, con otras aguas, con otras maneras de vivir la fe, con otras maneras de pensar, nos vamos enfriando… Nos enfriamos tanto que nos convertimos en hielo. Y por la cuestión físico-química que mencionamos antes, al expandirnos en nuestro propio lugar, se nos termina haciendo imposible salir de eso que nos contiene.

Quiera Dios, hermanos y hermanas, que podamos sentir ese ENORME amor de Dios. Que podamos decir, como Pablo: "Abba padre". Quiera Dios también que no nos enfriemos. Que podamos animarnos a tener contacto con quienes piensan distinto, con quienes viven la fe y la espiritualidad de otra manera, con quienes conciben el mundo de forma diferente. Para que nuestro testimonio y acción en el mundo pueda seguir siendo buena noticia para todo aquél que la recibe. Que así sea, Amén. 
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