miércoles, 28 de octubre de 2015

Predicación

22° Domingo de Pentecostés – 25 de Octubre de 2015
P. Maximiliano A. Heusser

Leer: Marcos 10:46-52.
El texto del Evangelio para hoy, otra vez nos ubica en el camino. Camino que lleva a Jesús a Jerusalén a enfrentar su pasión, muerte y resurrección, como ya lo ha anunciado varias veces. Jesús y sus discípulos salen de Jericó y son seguidos por una multitud. Esta multitud puede estar compuesta por muchas de las personas que –habiendo escuchado en sus respectivos lugares a Jesús- van en dirección a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Muchos de ellos seguramente vienen del norte por la ruta del Jordán, incluso desde la misma Galilea. Se da a entender que esta multitud está siguiendo a Jesús y a sus discípulos.
En ese camino en las afueras de Jericó había un ciego que mendigaba que se llamaba Bartimeo. Marcos nos aclara que el nombre significaba “hijo de Timeo” (bar-Timeo). Algunos biblistas remarcan que este ciego ni siquiera tenía un nombre propio. Era “el hijo de”. Por otro lado, se señala que mendigaba. Esto nos ayuda a entender la situación en la que se encontraban las personas con alguna discapacidad. Muchos de ellos no eran apoyados por sus propias familias, y por su dificultad para trabajar, terminaban pidiendo la ayuda de la gente que pasaba por el camino. No sólo tenían que vivir con su dificultad, sino que tenían que vivir con el rechazo de su familia y de una sociedad que los marginaba.
Bartimeo escucha que Jesús está pasando por el camino muy cerca de él. Seguramente ha escuchado a varias personas hablar de Jesús y de lo que puede hacer. Por eso decide salir del anonimato y el silencio y empieza a gritar a viva voz: “Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí”. Bartimeo reconoce en Jesús al Mesías, al enviado de Dios, que será –según la tradición- rey justo y misericordioso. Bartimeo no está dispuesto a que el paso de Jesús tan cerca suyo no le sea beneficioso, es decir, no le sea de bendición. Por eso grita sin miedo, con fuerza, para que Jesús lo escuche y lo atienda. En ese grito está la angustia de haber tenido la vista y ahora no tenerla, la angustia de haber sido dejado de lado por los suyos, de haber perdido la posibilidad de trabajar, de tener una vida digna, de ser parte de la sociedad. Todo eso estaba contenido en el grito “Jesús, hijo de Dios, ten misericordia de mí”.
Es muy interesante que hubiera muchas personas dispuestas a silenciar a Bartimeo. Si alguien estaba en una situación desfavorable y necesitada en medio de toda esa multitud era Bartimeo. Pero porque levanta su voz y reclama ser atendido por Jesús, es silenciado y reprendido por muchos. Los reclamos de los que sufren, de los marginados, de los más débiles, de los más desfavorecidos, muchas veces no se quieren escuchar. Y esto puede ser porque molestan a los que están “tranquilos”, porque incomodan a los “cómodos”, porque exhortan a los de “corazones duros” y denuncian la apatía y pasividad de tantos y tantas.
Jesús escucha a Bartimeo, se detiene en el camino y pide que lo llamen. Y las personas que le dicen esto a Bartimeo lo animan diciéndole que tenga confianza, que se levante, porque Jesús lo quiere ver. El Hijo de David ha escuchado el clamor del pobre Bartimeo. Aquí debemos destacar el contraste entre aquellos que silencian a Bartimeo, de estos otros, que transmiten confianza y ánimo. Nos queda la duda de cuáles de estas dos actitudes será la de los discípulos. ¿Quiénes son los que callan a Bartimeo? ¿Quiénes son los que alientan y dan confianza a Bartimeo?
Bartimeo, al escuchar que Jesús lo llamaba, tiró su túnica y de un salto se puso de pie yendo hasta donde estaba Jesús. Es de destacar la actitud de Bartimeo. Tira la túnica, algunos autores sostienen que lo hace para estar más libre para hablar con Jesús, otros autores sostienen que lo hace para no tener nada que lo distraiga, otros creen que usaba la túnica para guardar las limosnas recibidas, y deja eso de lado por encontrarse con Jesús. Bartimeo de un salto se pone de pie. Estaba contento y plenamente dispuesto a ese encuentro con Jesús, que anhelaba, le cambiara la vida para siempre.
Jesús le preguntó: “¿Qué quieres que te haga?”, y Bartimeo respondió: “Maestro [raboni] que recobre la vista”. Bartimeo reconoce en Jesús a un Maestro, utilizando la palabra que los discípulos le daban a quien les enseñaba y los guiaba. Por otro lado, Bartimeo tiene que expresar en voz alta lo que lo aqueja, lo que necesita, lo que espera que Jesús haga en él. Desde la psicología se anima a las personas a poner en palabras los pensamientos, los sentimientos, las alegrías y las penas, porque es una manera de empezar a procesarlas, a trabajarlas y finalmente, a superarlas.
La mayoría de los biblistas coinciden señalando que Jesús no hace ningún rito para la sanación. No hace barro ni le unta los ojos, no lo manda a bañarse en un estanque, ni toca sus ojos con sus manos, no ora a gran voz mirando el cielo, simplemente le dice: “vete, tu fe te ha salvado”. De alguna manera, Marcos no pone el acento en el milagro en sí mismo, sino en la fe de Bartimeo que posibilita recibir este don de parte de Jesús.
Al instante, nos dice el relato, Bartimeo recobró la vista y seguía a Jesús por el camino. El relato empezó en el camino y termina en el camino. La diferencia es que ahora Bartimeo es parte de la multitud que sigue a Jesús camino a Jerusalén.
Los diferentes domingos anteriores hemos notado la dificultad de los discípulos de entender a Jesús. Son discípulos que lo siguen pero no lo entienden, lo siguen pero tienen la cabeza en otras cosas. Bartimeo recobró la vista y se podría haber quedado en Jericó y recuperar así su vida. Sin embargo, Bartimeo, encuentra en Jesús algo más. Sus gritos de “Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí”, no fueron sólo palabras. Ese encuentro con el Maestro que lo sana/salva, lo transforma también en discípulo, dispuesto a empezar de nuevo con Jesús. Jesús y Bartimeo están en el camino a Jerusalén.
Este relato es casi una parábola en el sentido de que no permite ubicarnos en los diferentes roles de los personajes presentes. En cada caso, tendremos observaciones que hacer y cuestiones que reflexionar.
1. En primer caso, podemos identificarnos con el ciego. Con alguien que está padeciendo una determinada situación y quiere restablecerse. Es alguien que está en las tinieblas en más de un sentido. No puede ver, pero tampoco puede ver una vida con sentido, siendo dejado de lado, no pudiendo insertarse plenamente en la sociedad, estando alejado de su familia y puesto al margen del camino por la sociedad en la que vive. Si nos identificamos con Bartimeo en su padecimiento, también debemos identificarnos en su esfuerzo por salir de esa situación, gritando para que Jesús lo escuche, aún enfrentándose a quienes quieren callarlo y lo reprenden.
2. En segundo lugar podemos identificarnos con los que reprenden y mandan a callar a Bartimeo. Seguramente nos parece un grupo de gente intolerante entre la que, obviamente, no nos encontramos. Pero, hagamos el esfuerzo, quizás tengamos actitudes similares. Este grupo parece sentir que no es el momento de interrumpir a Jesús en el camino (como si Bartimeo tuviera otra oportunidad). Este grupo no se detiene en Bartimeo ni en su necesidad. Quizás, sentían que estaban atrasados para llegar a Jerusalén para la fiesta de la Pascua y querían que Jesús apurara su paso. Son videntes que no ven. No ven a Bartimeo, no ven su sufrimiento, no ven lo que padece y cómo necesita éste de Dios. Quizás hasta creen que su ceguera es producto de su pecado y no quieren saber nada con él ni que esté cerca de ellos. No tienen ni tiempo ni ganas de escuchar el clamor de un necesitado.
3. En tercer lugar podemos detenernos en aquellas personas que llaman a Bartimeo y le dicen que tenga ánimo y confianza porque Jesús lo llama. Estas personas, por lo menos, ven a Bartimeo y lo ven con empatía,  aprobando que Jesús se detenga en su camino para atenderlo. Estas personas le dan confianza a Bartimeo, lo animan a levantarse de su lugar de mendigo al costado del camino. Estas personas son las que no sólo ven la realidad de Bartimeo (su ceguera y su pobreza), sino también –de alguna manera- lo que Jesús puede hacer en su vida. Tienen una mirada esperanzadora sobre la realidad, aunque ésta sea difícil y parezca imposible de cambiar.
El camino es en el relato del Evangelio el lugar de la inclusión, de la apertura, del encuentro con el otro y la otra, en la búsqueda de la vida abundante y digna para todos. El camino es el lugar donde Jesús hace carne el Reino de Dios.
- Desde el camino se advierte que hay personas que están en “la banquina”, que por diversos motivos no pueden acceder. Ellos claman, piden, añoran, buscan…
- En el camino también hay algunos y algunas que prefieren ser pocos a estar “mal acompañados”, como dice el refrán. Ellos señalan, juzgan, etiquetan, ven sin ver…
- En el camino hay también –y gracias a Dios- quienes buscan ser imitadores e imitadoras de Jesús, que escuchan, que atienden, que tienden la mano, que levantan caídos, que buscan soluciones, que celebran la vida…

Quiera Dios que cada uno de nosotros y nosotras podamos reflexionar sobre nuestra propia vida de fe y sobre qué grupo nos representa, según nuestras actitudes y elecciones, nuestros gestos y nuestras palabras. Quiera también Dios, ayudarnos a reflexionar como comunidad de fe, para que podamos discernir en qué lugar del camino estamos y con quiénes hemos elegido caminar. Que el Señor nos bendiga, Amén. 

martes, 20 de octubre de 2015

Predicación

21° Domingo de Pentecostés – 18 de Octubre de 2015
P. Maximiliano A. Heusser

Leer: Job 38:1-7, (34-41) - Hebreos 5:1-10 - Marcos 10:35-45

El texto del Evangelio de hoy nos habla de la realidad humana, de nuestra forma de ser, de nuestros valores, de lo que para nosotros es importante.
Es sabido que la ubicación al lado de una persona importante no es una cuestión menor. Si viniera a nuestro Culto el Intendente, decidir quién se va a sentar a su lado, seguramente no sería una cuestión menor. Es muy probable que algún responsable de protocolo nos sugiriera que la Presidenta de la Junta Directiva se sentara a su lado (porque junto al Pastor parecen las personas más importantes de la comunidad).
Pero estas cuestiones no se dan solamente en relación a lo político. Si pensamos en una fiesta de casamiento o de 15 años, también va a haber una mesa de “privilegiados” que se sientan con los agasajados. Son, como dice el Evangelio en otro lugar, los primeros lugares…
En el relato se hace evidente que los discípulos no entienden del todo a Jesús. De hecho, Jesús acaba de anunciar su muerte con lujo de detalles (10:32-34) y estos dos hermanos piden posiciones de privilegio en su gloria. Piden estar en los lugares reservados para los honrados y para los que secundan en autoridad y poder al que está sentado en el trono.
Por otro lado, también debemos señalar que el pedido es tramposo, piden que Jesús diga que sí, sin hacerle primero el pedido. Es como cuando los chicos dicen: “te voy a pedir algo, ¿Me vas a decir que sí?”. De alguna manera, buscaban condicionar una respuesta positiva de parte de Jesús. La intención es desarticulada por la respuesta de Jesús. En un comentario a este texto de Pablo Rojas Banuchi, éste sostiene la necesidad de repensar nuestras oraciones a Dios, y cómo muchas veces, oramos condicionando a Dios para que sólo nos responda afirmativamente. Muchas veces nuestra oración se parece mucho al pedido de estos dos hermanos.
También hay que decir que este planteo nos muestra que Jacobo y Juan son tremendamente egoístas, sólo piensan en ellos dos, ni siquiera en alguno de los otros discípulos. La preocupación es por ellos. Los dos hermanos quieren obtener beneficios de parte de Jesús. Esta lógica es aquella que postula que quien es cercano a alguien poderoso se beneficiará por ello. Estará en una situación de ventaja ante las demás personas. Esta lógica que relaciona el poder y el privilegio, es la misma que llega hasta los poderosos y sus amigos en nuestros tiempos. Esta lógica utilizada por Jacobo y Juan es la misma que en la actualidad acomoda licitaciones, que no hace concursos para cubrir cargos, que no es clara con el destino de los fondos económicos, en la que amigos y familiares son designados es puestos de responsabilidad. La lógica que relaciona el poder y el privilegio.
Jesús les dice que ellos no saben lo que están pidiendo. El pastor y conferencista centroamericano Harold Segura, sostiene que “quien habla con Dios (oración) debe, primero, conocer lo que ese Dios busca y desea (discernimiento). Quien ora centrado en su propia voluntad, convierte la oración en un burdo medio para promocionar sus propios intereses. Estos, como Santiago y Juan, ‘no saben lo que están pidiendo’”. Otra vez se nos anima a repensar y analizar la manera en la que oramos, sobre todo, lo que pedimos a Dios en oración.
Jesús les dice que ellos pueden hacer varias cosas como él, pueden beber de su copa y pueden recibir el mismo bautismo. Sin embargo, los lugares a su derecha y a su izquierda ya han sido pensados para otros. Sobre beber su copa y recibir su bautismo, los biblistas coinciden en que es una alusión de Jesús a las consecuencias de su ministerio, especialmente en lo que respecta a su pasión y muerte. Es decir, que mientras Jacobo y Juan quieren sentarse en los mejores lugares accediendo a todos los privilegios por estar al lado de Jesús, él les contesta que lo que pueden tener y vivir a su lado tiene que ver con el anuncio que les acababa de hacer (10:32-34).
Otra vez se pone de manifiesto la distancia enorme que existe entre los discípulos y Jesús. Hay una dificultad evidente de entender la propuesta del Reino que trae Jesús. Es interesante notar que si esta dificultad la tenían aquellos que caminaban con Jesús, que lo escuchaban a diario, que convivían con él, mucho más la tendremos nosotros y nosotras, que reflexionamos y buscamos entenderlo 2000 años después.
Los diez discípulos restantes se enojaron con Jacobo y Juan. Marcos, el evangelista, no nos aclara la razón del enojo de los diez. Quedándonos en el campo de la imaginación podemos plantear –por lo menos- dos posibilidades: la primer posibilidad es que los diez hayan entendido lo desubicada y alejada de la voluntad de Dios de la propuesta de Jacobo y Juan. Esta posibilidad deja “bien parados” a los diez y nos anima a pensar que la mayoría de los discípulos entendían a Jesús. Ahora bien, la segunda posibilidad es que los diez se hayan enojado porque ellos también querían estar al lado de Jesús en su gloria, y Jacobo y Juan se les adelantaron (los “primerearon”, diría un cordobés). Esta posibilidad no deja muy bien parados a “los doce”. Jacobo y Juan son casi representantes del sentir general de los discípulos.
Jesús les dijo que los que gobiernan las naciones se enseñorean de ellas y ejercen su poder sobre los demás. Jesús hace, de esta manera, una crítica a aquellos gobernantes que ejercen su poder sobre los demás y los oprimen. En 1 Samuel 8:11-18, cuando el pueblo de Israel pide tener un rey como tienen los demás pueblos, encontramos la crítica más aguda y profunda a esta manera de ejercer el poder y la autoridad. En esa línea profética se ubica Jesús. La propuesta del Reino de Dios no tiene nada que ver con esa manera de ejercer el poder y oprimir a los demás. El Reino propuesto por Jesús es un Reino liberador.
Esto se confirma cuando Jesús les dice: “No será así entre ustedes”. El que quiera hacerse grande, será servidor de todos. Jesús deja bien en claro que la intención de Jacobo y Juan es totalmente incorrecta. En primer lugar, la relación entre el poder y los privilegios no tiene lugar en el Reino de Dios. Esa lógica y manera de ver y entender el mundo, no tiene nada que ver con el Reino de Dios. En el Reino de Dios los únicos que pueden llegar a ser privilegiados son aquellos que no tienen ningún poder. Son los “último orejones del tarro”, aquellos que Jesús pone en primer lugar. Son los marginados con los que nadie se quiere juntar, los señalados como pecadores e inmorales,  los presuntamente alejados de la buna voluntad de Dios. Esos son los privilegiados en el Reino de Dios. En segundo lugar, lo que también queda claro es que los discípulos –y en ellos pensamos en todos aquellos y aquellas que quieren seguir a Jesús- deben ser servidores de los demás. Es decir, deben estar al servicio de los demás. En este sentido, debemos recordar que los cristianos debemos estar al servicio de los demás. Nuestras prácticas, nuestras actividades, nuestros gestos, nuestras ideas, deben estar al servicio de los demás.
Jesús ha sido ejemplo vivo de no venir a ser servido, sino de venir a servir. A ese Jesús que dejó su lugar de privilegio para hacerse ser humano es a quien seguimos. Ese Jesús que se juntó con los “no santos” es a quien estamos llamados y llamadas a seguir.

Quiera Dios renovar en nosotros su Espíritu Santo, para asumir el desafío de imitarlo en nuestros contextos, en nuestras realidades, siendo discípulos y discípulas que sirvamos (en todos los sentidos) a la sociedad de la que formamos parte. Que el Señor nos bendiga, Amén. 
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