martes, 7 de abril de 2015

Predicación

Domingo de Resurrección - 05 de Abril de 2015
P. Maximiliano A. Heusser
Leer: Juan 20:1-18.
El Señor Jesús ha resucitado. ¡Verdaderamente ha resucitado!
Una de las características que identifican a las Iglesias cristianas es esta afirmación que acabamos de realizar. Nuestra fe es que Jesús resucitó.
1. Ahora bien, quiero comenzar señalando algunos aspectos de este pasaje del Evangelio de Juan. Específicamente quiero detenerme en la actitud de María Magdalena.
El grupo de discípulos está encerrado, con miedo. Quienes habían procurado encontrar la forma de matar a Jesús lo habían llevado a cabo. A esto se sumaba que uno de ellos lo había entregado, otro lo había negado, y la mayoría había salido corriendo como “rata por tirante”.
Ese es el grupo que está encerrado, donde está María Magdalena, y seguramente, otras mujeres. De hecho, cuando ella vuelve de ver la piedra corrida del sepulcro dice: “se han llevado del sepulcro al Señor y no ‘sabemos’ donde lo han puesto” (Juan 20:2).
Juan evidencia que María Magdalena y quienes la acompañaban, vencen su temor, vencen sus contradicciones, superan sus propias incoherencias, para hacer aquello que correspondía hacer. No es casualidad, entonces, que María Magdalena, teniendo esta actitud se convierta, por voluntad del resucitado, en la primera persona en verlo y en el primer apóstol en dar testimonio de la resurrección. 
En este texto del Evangelio no sólo se ve que había diversidad en los seguidores de Jesús, sino que también era diverso el grupo de apóstoles que anunciaban su resurrección. Cuánto tenemos que aprender de esta gente…

2. Ahora bien, quiero detener la atención sobre el hecho mismo de la resurrección.
Afirmamos desde la teología que la resurrección no es un hecho histórico. No se asusten. Esto no significa que la resurrección sea un hecho ficticio, ni mucho menos. Significa que el valor de la resurrección más mucho más allá del nivel físico. La resurrección trasciende el plano histórico.
Contamos con referencias históricas de la vida de Jesús. Por ejemplo, el historiador judío que quería ganarse la simpatía del Imperio Romano, Flavio Josefo, escribe acerca de Jesús en su libro “Antigüedades judías”. Lo menciona, sin ser cristiano, dos veces en sus escritos. Esta es la fuente no cristiana que revela la existencia de Jesús en medio del pueblo judío.
Por otro lado, los relatos de los Evangelios nos hablan de la vida de Jesús. Lo que hizo, lo que dijo, con quiénes tuvo enfrentamientos, a quiénes eligió, quiénes le siguieron, quienes decidieron matarlo, etc. Ningún texto bíblico nos relata cómo fue la resurrección, cómo sucedió.
Lo más parecido, que no es estrictamente resurrección sino revivificación, es el caso de Lázaro (Juan 11), donde este vuelve a la vida. Allí sí, el evangelista nos relata cómo sucedió. Nos muestra a Jesús en frente del sepulcro, pidiéndole a la gente que quitaran la piedra de la puerta, orando a Dios y gritándole a Lázaro: “¡Lázaro, ven fuera!”, y este salió con vida del sepulcro.
La resurrección de Lázaro fue un paso hacia atrás, una vuelta a su misma vida habitual. No hubo ninguna transformación ni nada de la vivificación del hermano de Marta y María que lo hiciera trascender. Lo único que trascendió de esta última señal de Jesús era su identidad como Hijo de Dios.
La resurrección de Jesús no fue un paso hacia atrás, un paso hacia lo mismo. No fue como la vivificación de Lázaro. Fue un paso hacia adelante, hacia algo distinto, hacia algo superador. Hacia algo que iba a afectar a toda la humanidad, incluso a nosotros hoy en este lugar.
Sin embargo, ninguno de los evangelios nos relata cómo sucedió la resurrección. Nos relatan las experiencias de creyentes que sintieron, vieron y oyeron al resucitado. Por esto, la resurrección de Jesús, núcleo de nuestra fe cristiana, tiene que ser mucho más que un fenómeno físico. La resurrección debe trascender el plano físico e histórico.
Por esto, cuando afirmamos la resurrección no nos adherimos a un mito caprichoso. Expresamos nuestra adhesión a una verdad de fe, con un sentido extremadamente profundo. Y sobre ese sentido debemos poder reflexionar.

3. ¿Cuáles fueron las consecuencias de la resurrección?
La primera consecuencia de la resurrección fue el empoderamiento de los discípulos y discípulas como verdaderos apóstoles del resucitado. Ellos recibieron el poder del Espíritu Santo, para hacer la tarea que les fue encomendada.
La segunda consecuencia se da cuando este grupo va tomando coraje y proclama abiertamente quién fue Jesús y su resurrección. Al hacerlo, encienden de enojo y furia a aquellos que planearon y lograron darle muerte a Jesús. Y nos tenemos que preguntar ¿Por qué? ¿Por qué se enojaban al escuchar predicar a Pedro? ¿Por qué se enojaban al escuchar predicar a Esteban?
Se enojaban y se encendían de furia porque habían matado a Jesús, pero su obra, su mensaje, y el Reino iniciado por Él, no se había podido detener. Se enojaban porque la resurrección de Jesús había animado a “salir del clóset” a tantos y tantas que recordaban las palabras de Jesús y las enseñaban a diestra y a siniestra.
Matando a Jesús, estos grupos de poder, creyeron poder silenciar al mismísimo Dios. No sólo no pudieron hacerlo, sino que a través de la resurrección, su vida y ministerio, el proyecto del Reino de Dios, se transformó en algo trascendente que tenía que ser anunciado para cambiar la vida de las personas, la vida de los pueblos, la historia de toda la humanidad.

Si la cruz nos hace pensar que Dios “le da vuelta la cara a Jesús”, en la resurrección se hace evidente que Dios pone su cara por Él. No lo había abandonado, estaba esperando para manifestarse con poder.
Los principales de los judíos tampoco ponían su mirada en los planos físicos o históricos de la resurrección de Jesús. Ardían de veneno porque Su causa permanecía viva, porque Sus palabras perduraban en las mentes y en los corazones del pueblo. Porque Sus gestos se eternizaban en la memoria colectiva de quienes habían caminado con Él.
Ardían de veneno porque ni la muerte, ni la vida, ni ninguna otra cosa creada, podía llegar a detenerlo. Casi podrían cantar con el Obispo Pagura:
“Porque una aurora vio su gran victoria, sobre la muerte, el miedo, las mentiras; ya nada puede detener su historia, ni de su Reino eterno la venida”.

4. Para ir terminando, es necesario afirmar que la resurrección nos muestra que el mal no tiene la última palabra; que la muerte no necesariamente es el fin de nuestra historia, sino el comienzo de un tiempo distinto.
La resurrección nos muestra que nada se puede hacer dejándonos dominar por nuestros miedos y temores; que nadie puede proclamar la buena noticia, si no supera sus prejuicios, sus incoherencias y sus propias contradicciones, como hizo María Magdalena y las otras mujeres.
La resurrección nos muestra que no hay un tiempo distinto y mejor para todos, si no estamos dispuestos a jugarnos –como decía una canción- por "un reino de amor, justicia y paz".
Hermanos y Hermanas, que la luz de la resurrección, que resplandece como el sol al amanecer, disipe nuestras tinieblas, nuestras dudas, nuestros recelos, para que podamos ser anunciantes de vida nueva. Que el Señor nos bendiga, Amén.

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