miércoles, 23 de julio de 2014

Predicación

Domingo 20 de Julio de 2014 – 6° de Pentecostés

Leer: Mateo 13:24-30, 36-43

Esta parábola que nos propone el Evangelio para el día de hoy es una de las pocas, junto con la del sembrador (del domingo pasado), que Jesús explica. Parte de la riqueza de las parábolas es que no se expliquen y que uno pueda ubicarse en distintos lugares para abarcar mayores posibilidades de análisis. Pero Jesús quiso explicar estas parábolas, por lo que trabajaremos con la interpretación del mismo Jesús.

Pensaba al releer el pasaje que el tema principal de la parábola es la dicotomía (la oposición) entre lo bueno y lo malo (el trigo y la cizaña) y vamos a comenzar refiriéndonos a esto. En segundo lugar vamos a hablar de la capacidad de cambio de la semilla. En tercer lugar nos vamos a referir a las espigas, como frutos que evidencian qué planta somos.

1. “Los cristianos a lo largo de los años, afortunadamente nos hemos encargado de echar luz sobre lo bueno y lo malo. Hemos sabido construir criterios que ayuden a juzgar entre los buenos y los malos. Nos hemos encargado de señalar específicamente quiénes accedían a la salvación y quiénes –por el contrario- merecían la condenación eterna. Los cristianos hemos sabido distinguir quiénes son hijos del Reino y quiénes son hijos del maligno”.

Esta práctica de separación entre lo bueno y lo malo, los buenos y los malos, pareciera formar parte de la misma esencia de la humanidad. En el tiempo de Jesús también se hacían estas divisiones. Las divisiones entre buenos y malos podían darse por diferentes razones: por motivos religiosos,  por motivos políticos e ideológicos, por motivos económicos, por motivos sociales, etc.…Parafraseando la canción de León Gieco diría 20 siglos igual.

Los cristianos hoy seguimos teniendo la costumbre de querer separar lo uno de lo otro. En otras categorías se utiliza el término separatismo para referirse a este fenómeno. Sucedía en el tiempo de Jesús, sucedió a lo largo de los años, de los siglos, y hoy en día sigue siendo una realidad la existencia de cristianos y cristianas que pretenden ser los “separatistas de la salvación”.

El texto del Evangelio de hoy nos muestra que el juicio es de Dios, quien separará lo bueno de lo malo es Dios mismo mediante sus ángeles. El que siembra es Jesús, el campo es el mundo, y la buena semilla deberíamos ser los hijos del Reino. La cizaña son los hijos del maligno, que crecen en medio del mundo también.
Nuestro papel se debe limitar a ser buena semilla, para que el Reino germine y produzca humanidad en medio de tanta deshumanización.

2. La parábola de la cizaña tiene sus límites en cuanto a los alcances de ser trigo o cizaña. Los seres humanos, a diferencia de las plantas, tenemos una posibilidad ilimitada de cambiar lo que somos. La cizaña siempre será cizaña y el trigo siempre será trigo. En cambio, los seres humanos podemos ser cizaña, reconociendo que no le hemos dado a Dios el lugar que se merece en nuestra vida, y convertirnos por gracia de Dios, en semilla de trigo bueno (=conversión positiva).
El mensaje proclamado por Jesús era “Buena Noticia”. Si nos damos cuenta que vivimos apartados de Dios y que muchas veces nos dejamos guiar por el mal, por los malos sentimientos, por los prejuicios, por nuestros miedos, por nuestros egoísmos, etc., la buena noticia es que podemos dejar de ser cizaña y cambiar el rumbo de nuestra vida…
Dios hoy nos invita a ser buena semilla. Dios nos desafía a dejarnos sembrar por él en medio de la sociedad en la que vivimos para dar “buen fruto”. Abramos nuestro corazón a Dios, para que sople de su Espíritu Santo y nos alcance con su amor transformador y su gracia misericordiosa…

Pero ya que hablamos de dicotomía, podemos decir también que esto sucede a la inversa. Es decir, que la buena semilla que son/somos los hijos de Reino sembrados en el mundo por Jesús, lamentablemente nos podemos convertir en cizaña, en mala semilla (=conversión negativa – pecado). Este es un peligro del que tenemos que cuidarnos. Los seres humanos tenemos, decíamos recién, la capacidad de cambiar. Una posibilidad es cambiar hacia el bien y otra posibilidad es cambiar hacia el mal. Esto se da cuando los cristianos nos acostumbramos mucho a serlo, nos sentimos extremadamente cómodos y cercanos a Dios, creyendo que somos prácticamente perfectos y salvos. Este es un peligro del que debemos cuidarnos extremadamente.

3. En último lugar debemos mencionar que finalmente el padre de familia distingue entre la cizaña y el trigo por la espiga, por su fruto. Esto mismo también sucede si pensamos en los frutos de los buenos (hijos del Reino) y en los frutos de los malos (hijos del maligno). Nuestras obras, nuestras palabras, nuestros comentarios, nuestras acciones, demuestran y evidencian si somos buena semilla o si somos cizaña. Si colaboramos con el Reino de Dios para que se acerque en este tiempo y lugar o “trabajamos en contra”. Debemos trabajar y velar para que el Reino germine y produzca humanidad en medio de tanta deshumanización.

El siguiente video nos da algunas ideas de cómo ser buenas semillas y llevar buenos frutos.


Quiera Dios que superemos esas ganas de juzgar y separar a los buenos de los malos. Quiera Dios que si somos cizaña podamos decidir aceptar el amor y la misericordia de Dios convirtiéndonos en trigo, como así también, evitemos el peligro de siendo trigo, convertirnos en cizaña. Finalmente, Dios siga queriendo que llevemos buen fruto y trabajemos sembrándonos como semillas de su Reino. Que el Señor nos bendiga, Amén.

P. Maximiliano A. Heusser

Córdoba, Argentina.

lunes, 7 de julio de 2014

Mensaje



06 de Julio de 2014 – 4° Domingo de Pentecostés

Leer: Mateo 11:16-19, 25-30.

El pasaje del Evangelio está dividido en dos porciones. La primera (11:16-19) nos muestra a Jesús comparando a su generación con unos chicos que tocan música para bailar pero nadie baila y tocan música de duelo y nadie llora. Afirma esto porque criticaron, en su momento, a Juan el Bautista (=bautizador) y ahora lo critican a él. A Juan lo criticaron por su actitud asceta (vivir en el desierto, su dieta, su vestimenta, etc.), y a Jesús lo critican por todo lo contrario, por comer y tomar, incluso, con personas reconocidamente pecadores/as.
Este pasaje se encuentra precedido por los discípulos de Juan que vienen enviados por su maestro a preguntar si es el que había de venir. Jesús les contesta que cuenten lo que ven y habla muy bien de Juan, lo llama el Elías que había de volver. Es después de esto que critica a su generación. La crítica tiene que ver con que nada ni nadie les venía bien.

Me acordaba pensando en esta porción bíblica de una frase popular que dice “cualquier colectivo lo deja bien”. Seguramente la hemos usado en más de una oportunidad o hasta se la hemos aplicado a alguien. Suele tener que ver con personas que no ponen muchos “peros” para hacer algo, ni les importa mucho que lo ayude una u otra persona, o que las cosas se hagan de tal o cual manera. Suele pensarse que debido a su positivismo o a su poca consideración de las variables, cualquier opción les da lo mismo. Más allá de si lo pensamos positivamente (hace lo que haya que hacer como sea y con quien sea) o si lo pensamos negativamente (no le importa demasiado qué ni cómo ni de qué manera se hace algo), son personas que no le buscan “la quinta pata al gato”, para usar otra expresión.

La generación que Jesús compara con estos chicos son todo lo contrario al “cualquier colectivo lo deja bien”. Porque, en realidad, ningún colectivo los deja bien. Rechazan a Juan el Bautista por lo que sea y rechazan a Jesús por lo que sea. Parte de lo malo de esto, es que cuando uno sólo quiere ver lo malo, lo va a encontrar. Cuando uno está concentradísimo en ver solamente las cuestiones negativas, o las fallas, o las dificultades, los obstáculos, los va a terminar encontrando. Y esto no significa que no debemos ser cuidadosos, ni precavidos, ni analizar y pensar antes de hacer algo o tomar una decisión, pero todo en su justo lugar y en su justa medida.

Nosotros y nosotras no estamos lejos de esa generación de la que habla Jesús. A veces nos pasa esto como comunidad de fe. Alguien tiene una idea y se la empezamos a boicotear: “no, pero fíjate esto”, “habría que pensar mejor en esto otro”, “no lo hagamos, mirá si llueve”, “en ese lugar no se puede hacer nada”, “eso ya viene mal organizado, no va a salir”, “en la Junta Directiva son todos nuevos, no tienen ni idea”, “siempre está la misma gente en la Junta Directiva”, “ese pastor es muy joven, cada vez los mandan más chicos”, “ese pastor ya está grande ¿Cuándo se jubila?”. Muchas veces nada nos viene bien…

Esta es una actitud que tenemos que desterrar de nuestra vida como comunidad de fe. Es una actitud saboteadora. Es una actitud que no nos ayuda para nada. Es una actitud que limita las iniciativas, las nuevas ideas, las ganas, el entusiasmo…

Pensando específicamente en el contexto en el que Jesús se refiere a esta actitud de su generación, tiene que ver con no aceptar ni recibir el mensaje del Reino de Dios. Mensaje de conversión y arrepentimiento anunciado por Juan el Bautista, y mensaje proclamado y hecho realidad en la persona y ministerio de Jesús.

¿Por qué digo que es necesario desterrar esta actitud de nuestras vidas y de la vida de nuestra comunidad de fe? Porque cuando “ningún colectivo nos deja bien”, estamos a sólo un pequeño paso de no darle lugar al Reino de Dios en medio nuestro con excusas y cuestiones que no son muy significativas. Este es un grave peligro que debemos tener en cuenta y que tenemos que evitar.

La segunda parte del Evangelio (11:25-30) se encuentra luego de los ayes sobre las ciudades que no se convirtieron a pesar de las enseñanzas y milagros de Jesús, y nos muestra a Jesús alabando a su Padre Dios, porque ha ocultado “estas cosas” de los sabios y entendidos y se las ha revelado a los niños. Algunas cuestiones a tener en cuenta:
1.       “Estas cosas” se refiere a todas las enseñanzas y prácticas de Jesús en su ministerio.
2.       Los sabios son los grupos considerados sabios religiosos en ese tiempo (escribas, fariseos, sacerdotes).
3.       Los niños son personas sencillas y humildes. No se trata de niños, sino del grupo opuesto a los sabios y entendidos de la época: obreros, campesinos, artesanos, pescadores, pecadores, gente del pueblo).

Este es un pensamiento contrahegemónico. Quienes pueden tener revelación de Dios no son los “sabios” habituales, sino aquellos que son tildados de ignorantes, de sencillos, de gente baja, de irreflexivos, de poco inteligentes. Dios ha hecho una opción fundamental por estas personas que se encuentran en una situación de desventaja frente a los demás.
La teología de la liberación desde los años ´60 viene sosteniendo con fuerza este postulado.

Debo confesar que en mis años de estudiante en la Facultad de Teología no me terminaba de cerrar esta idea de la Teología de la Liberación. No entendía por qué Dios elegía a los pobres, porque yo no me consideraba “pobre”. En lo familiar, si bien nunca tiramos manteca al techo, nunca nos faltó el sustento diario y tuvimos las necesidades básicas cubiertas. Hasta que entendí, gracias a Enrique Dussel (filósofo mendocino, exiliado en los años ’70, nacionalizado mexicano), que Dios elige la lucha en defensa de los marginados y desposeídos. No importa si yo tengo mis necesidades básicas cubiertas y me puedo tomar mis dos semanas de vacaciones en Enero. Importa que desde mi lugar me identifique, trabaje y luche, para que mis hermanos y hermanas -que Dios preferencialmente elige- también tengan la oportunidad de hacerlo.

El vs. 27 suena al Evangelio de Juan, porque Jesús, el Hijo, se identifica con Dios y dice que puede conocer a Dios aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar. Es decir, a los niños a los que se les ha revelado. Dios se revela en Jesús a los humildes, marginados y desposeídos de todos los tiempos. Parafraseando a Dussel, diría que también se revela a quienes luchan en favor de la liberación de aquellos que son oprimidos por diferentes razones y circunstancias.

En el vs. 28 Jesús ofrece dar descanso a los que han trabajado mucho y están cargados. Es una obviedad que para cansarse hay que trabajar. Nadie se cansa en el “banco de suplentes”. Se cansan quienes salen a la cancha y dejan todo de sí en beneficio de su equipo.
Algunas veces los pastores nos equivocamos y sólo desafiamos a aquellos hermanos/as que tienen capacidades y dones en abundancia. Ha pasado más de una vez, que estos hermanos/as se cansan, se agotan y en algunos casos se terminan alejando de la Iglesia. Aquí, deberíamos poder agudizar nuestra mirada sobre la comunidad descubriendo otras personas y los dones que Dios les ha dado.
Cae de maduro también que siempre el descanso es por un tiempo, nadie vive descansando y disfrutando de no hacer nada. Por lo menos, esto no debería pasar en la Iglesia. El descanso que da Dios es para reponer las fuerzas y las energías.

Para el pueblo judío la idea de llevar el yugo (vs. 29) tenía que ver con cumplir la Ley. Afirma el Pastor René Krüger: “En el judaísmo de la época, el yugo era imagen de sometimiento a la Ley. Reconocer al único Dios y obedecer sus mandamientos era como cargar el yugo de Dios”. Jesús ofrece un yugo distinto, un yugo que no resulta pesado, no oprime, sino que libera y ayuda a “aliviar” las cargas de la vida. Ese yugo es el Evangelio proclamado y vivido por Él mismo, en el que se revela la voluntad y acción de Dios en medio de su pueblo. Esta es la “carga” que tienen que querer llevar, aprendan de mí, dice Jesús, que soy manso y humilde de corazón. La mansedumbre y la humildad son valores del Reino que debemos imitar de Jesús y buscar para nuestra vida.

Quiera Dios que en nuestra vida como comunidad seamos más parecidos a “cualquier colectivo lo deja bien” que a aquellos y aquellas que critican y no se suman a ningún proyecto e idea movilizadora.
De la misma manera pedimos a Dios que se revele en cada uno de nosotros y nosotras y que estemos dispuestos a llevar su yugo sobre nuestras cabezas, siendo servidores del Reino al servicio de aquellos menos privilegiados que Él ha elegido en primer lugar. Porque “su yugo es fácil y ligera su carga”. Que el Señor nos bendiga, Amén.

P. Maximiliano A. Heusser
Córdoba, Argentina.
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