martes, 16 de septiembre de 2014

Predicación

14º Domingo de Pentecostés – 14 de Septiembre de 2014

P. Maximiliano A. Heusser


Leer: Romanos 14:1-12 y Mateo 18:21-35
El domingo pasado decía que los pasajes nos invitaban a reflexionar sobre la comunidad de fe y sobre cómo ser comunidad. Reflexionábamos sobre el lugar que el amor debía tener en la Iglesia. Hoy los textos bíblicos nos invitan a profundizar esa meditación.
El pasaje del Evangelio es la continuación a la “exhortación fraterna”, en donde Pedro pregunta si hay que perdonar hasta siete veces. La preocupación sobre la cantidad de veces que debía personarse a un pecador reincidente, era abordada por los maestros de la época. Ellos aconsejaban perdonar hasta cuatro veces. Pedro, que viene recorriendo camino junto al Maestro; que lo ha escuchado enseñar tantas veces; sabe que Jesús va a proponer algo más de lo normal, por esto arriesga generosamente: “hasta siete” (casi el doble). La respuesta de Jesús deja a todos sorprendidos: “setenta veces siete”. El número siete (7) para los judíos tiene el sentido de perfección, algo terminado, totalidad, plenitud, etc. Al Jesús utilizar un múltiplo del número pleno de Pedro, pero sustancialmente mayor, queda puesto en evidencia que el perdón debe ser pleno, ilimitado, total, perfecto, etc.
Por si alguien no ha comprendido esta breve pero profunda enseñanza de Jesús, éste relata una parábola que nos ayuda a entender que Dios nos ha perdonado tanto y tantas veces. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que Dios nos ha perdonado una infinidad de veces. La parábola muestra cómo un rey perdona una deuda enorme de uno de sus siervos porque éste le pide clemencia, y cómo, de la misma manera, un consiervo le pide clemencia por una suma insignificante al lado de la otra, y el siervo no conforme lo manda a la cárcel hasta pagar su deuda. Los otros siervos ven la escena y se la cuentan al rey. Éste, indignado, reprende al siervo malo y también lo envía a la cárcel. La enseñanza puesta en boca de Jesús es que hay que perdonar de corazón a nuestros hermanos/as (Mt. 18:35).
El perdón es la remisión (quita) de los pecados. Es un acto divino por excelencia. Es Dios quien perdona al ser humano su pecado. Pero es algo que Dios también nos pide que hagamos.
El texto nos ayuda a pensar en primer lugar, en cómo perdonamos a nuestros hermanos en la comunidad, en cómo intentamos hacer todo lo posible por estar bien con cada uno, con cada una. No se trata de ir contando las veces: “ya te perdoné veinte veces”. Se trata de buscar ser personas capaces de perdonar. No debería ser un logro poder perdonar a un hermano/a de la comunidad, sino simplemente la respuesta al extraordinario amor que Dios nos tiene. Tampoco de trata de perdonar sin olvidar. Hay una mujer del mundo del espectáculo que dice “yo perdono pero soy memoriosa”. A veces caemos en esto. Supuestamente perdonamos a alguien pero nos acordamos de la macana que nos hizo y de absolutamente todos los detalles del caso (qué, cuándo, dónde, por qué…).
El perdón que tenemos que intentar tener para con nuestros hermanos y hermanas es el perdón que sabe olvidar, que busca borrar y empezar de nuevo. Pero no se trata de ser tontos o inocentes, se trata de buscar poder perdonar como Dios nos vive perdonando a nosotros/as.
También podemos trasladar la cuestión del perdón a los hermanos de la comunidad a cualquier otra instancia en la que nos movamos. Debemos poder practicar el perdón en la familia. La familia, que es definida como “la célula fundamental de la sociedad”, debe también ser un lugar de perdón. También en casa debemos perdonarnos. También en casa debiéramos buscar que el perdón no tuviera límites, ni fuéramos contando cuántas veces perdoné tal o cual actitud o comentario, o lo que sea. En la relación entre padres e hijos debe haber perdón mutuo. Se debe buscar la reconciliación. En la pareja tiene que tener lugar el perdón, porque aquello que supuestamente perdoné, pero que sin embargo, no olvido, tarde o temprano aparecerá sobre la mesa y generará un conflicto.
De igual modo, podemos reflexionar cómo debemos perdonar en nuestros trabajos. Quizás a nuestros jefes, quizás a nuestros compañeros/as. Quizás a algún amigo o amiga que en una determinada situación “metió la pata”. Quizás tenemos que perdonar a un vecino que nos molesta con la música, al que tenemos “entre ceja y ceja”.
La carta del Apóstol Pablo a los Romanos, al igual que el domingo pasado, también nos ayuda a pensar en cómo nos relacionamos en la comunidad de fe. En esta porción de la carta, Pablo escribe respecto de posibles discusiones que se pueden dar dentro de la Iglesia. En esta caso, hay hermanos/as que discuten sobre la comida, sobre qué está permitido comer y qué no. Se hace evidente que hay personas que tienen origen judío (con restricciones en la alimentación) y otras de origen gentil (comían de todo). Pablo aconseja que el que come no menosprecie al que no come cualquier cosa y que el que no come de todo tampoco juzgue al que come. Haga cada uno lo que le parezca para el Señor. Porque finalmente, si vivimos o morimos, somos del Señor. Debemos destacar que ambos grupos se equivocan en su manera de actuar, porque los primeros menosprecian a sus hermanos (se burlan), y los segundos juzgan a los primeros. Los dos comportamientos son negativos…
Leyendo sólo esta porción que nos sugiere el leccionario, pareciera que el tema de la comida hubiera sido un tema menor y sin importancia para el Apóstol. Cuando en realidad, hubo toda una fuerte discusión sobre este tema con los Apóstoles, Pablo y los ancianos. Debate acalorado que se dio en la primeros años del cristianismo, donde Pablo enfrentó a Pedro en la discusión (ver Hechos 15 y Gálatas 2).
En esta carta Pablo es mayor en edad, tiene varios años de ministerio, ya le ha tocado atravesar varias situaciones difíciles y se refiere al tema menos apasionadamente. Pero esto no significa que le da “todo lo mismo”. Ni tampoco significa que Pablo sostenga que “cada uno piense lo que quiera y nadie se pelee por lo que los otros piensan”. No es así. Pablo admite en el vs. 14 que para él no hay nada impuro. Pero, aconseja para no herir susceptibilidades y no apartar a nadie de Cristo, no insistir en estos temas. Y en los vs. 16-18, el Apóstol da el criterio para este tipo de contiendas y distintos posicionamientos que se daban en la vida de la Iglesia de su tiempo:
 “No permitan que se hable mal del bien que ustedes hacen, porque el reino de Dios no es cuestión de comida ni de bebida, sino de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. El que de esta manera sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres”.
El criterio de Pablo para posicionarse respecto de algún tema en el que pueda haber diferencias importantes de pensamiento es el Reino de Dios. El criterio del cristiano para la toma de posiciones debe ser el Reino de Dios. La postura que cada uno/a tome tiene que buscar la JUSTICIA, la PAZ, agrego el AMOR y el GOZO.
Por ejemplo, decisiones como la ordenación de mujeres (que para nosotros es algo tan normal) han amenazado con dividir determinadas iglesias. Tanto, que algunas Iglesias ni se lo plantean. Este año, por ejemplo, luego de varios años de debate y de idas y vueltas, la Iglesia de Inglaterra aprobó -no sin revuelo- la ordenación de Obispas (en Inglaterra).
Los cristianos ya no discutimos por la comida, por si podemos comer cerdo o no, como aparece en la carta de Pablo. Los evangélicos en general, ya no discutimos sobre cantar himnos o canciones en el Culto (como se discutía en los 70’ y 80’).
Sin embargo, si tengo que mencionar un tema controversial que despierta posiciones enfrentadas en nuestra Iglesia Metodista, es la homosexualidad. Donde se evidencian posicionamientos totalmente enfrentados. Voces a favor y voces en contra. He escuchado los argumentos de distintos hermanos y hermanas en contra. Debo decir también, que he escuchado los argumentos de hermanos y hermanas a favor. He escuchado también amenazas de abandonar la Iglesia si toma una determinada posición, sea a favor o sea en contra.
Pensaba al reflexionar sobre esto ¿En qué momentos nos volvimos tan intolerantes? ¿En qué momento nos volvimos tan intransigentes? ¿En qué momento nos cerramos tanto sobre nuestro propio pensamiento sin intentar analizar lo que el otro dice y piensa?
Aquella frase de Wesley “pensar y dejar pensar” no es una frase de boleto, no es una frase de señalador para poner en un libro. ¡No, Señor! Es el resultado de alguien que quiere que la gente piense, reflexione, busque argumentos, debata, analice.
El criterio de Pablo para discutir posiciones enfrentadas respecto de la comida en el cristianismo primitivo, también aplica para éste debate y para los que seguramente vendrán: El criterio del cristiano para la toma de posiciones debe ser el Reino de Dios. La postura que cada uno/a tome tiene que buscar la justicia, el amor, la paz y el gozo. Y esa búsqueda debe estar orientada por el amor que nos debemos mutuamente como respuesta al amor y perdón de Dios.
Son muchos y difíciles los desafíos que la Iglesia debe enfrentar en estos tiempos. Pero, al contrario de lo que podemos suponer, los desafíos más grandes no vienen de afuera, son desafíos internos. Debemos poder ser una comunidad amorosa, una comunidad que practica y vive el perdón, una comunidad que busca la justicia para todos/as, que busca que todos y todas puedan vivir en paz, una comunidad que quiere que todos estén gozosos.
Quiera Dios iluminarnos en esta búsqueda para que podamos ser la Iglesia que Él espera que seamos. Que el Señor nos bendiga. Amén.
Córdoba, Argentina.

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