miércoles, 31 de diciembre de 2014

Predicación

Domingo 28 de Diciembre de 2014 – Culto de Acción de Gracias
P. Maximiliano A. Heusser

Leer: Isaías 61:10 – 62:3

En este breve texto de Isaías, el profeta exalta dos atributos de Dios: la justicia y la salvación.
El profeta no solo debe haber estado seguro de la existencia de estos dos atributos en Dios, sino que también, de alguna manera, debe haberlos experimentado.
Cuando uno menciona virtudes de algo o de alguien, lo lógico es que uno haya experimentado esas virtudes. Si digo que tal producto es muy bueno, se espera que lo haya probado. Si digo que tal persona es excelente, se espera que yo la conozca lo suficiente para hacer esa afirmación.
Lo mismo sucede con el texto del profeta. Isaías debe haber experimentado y conocido que Dios es un Dios de justicia, que es justo, que hace justicia y que quiere que se haga justicia.
El pasaje forma parte de las buenas noticias de Dios para con su  pueblo. Se menciona, seguramente después del exilio, un tiempo nuevo, de alegría, gozo, un tiempo de reedificación y restauración.
El atributo de la justicia nos ayuda a recordar que Dios no es un Dios al que todo le da lo mismo. No es un Dios indiferente. Esta “no indiferencia de Dios” debe ser extrapolada a nuestro momento histórico. Al hacerlo, podemos sostener que nuestro Señor no es un Dios despreocupado por lo que sucede en el mundo que Él ha creado. No es un “Dios de vacaciones”, con bermudas y anteojos negros. A Dios no le da lo mismo, por ejemplo, las penurias y calamidades que cristianos están sufriendo en medio oriente en este tiempo. Dios no es indiferente a la injusticia. De la misma manera, tampoco le dio lo mismo las penurias y calamidades que los cristianos hemos realizado a distintos pueblos y grupos a lo largo de la historia.
A Dios tampoco le da lo mismo el compromiso cierto de países de disminuir hasta un 40% la emisión de gases de efecto invernadero para el año 2030, intentando disminuir el cambio climático y las consecuencias desastrosas que este trae para los pueblos más carenciados en distintos lugares del mundo. Como tampoco le da lo mismo países y empresarios millonarios que se niegan sistemáticamente a asumir compromisos en ese sentido.
A Dios no le da lo mismo que se realicen grandes, elocuentes y cristianas afirmaciones que no sean respaldadas por vidas vividas con sentido, al servicio de los demás.
A Dios no le da lo mismo -cuando hablando de los bienes y las cosas que se tienen- se privilegia desmedidamente lo mío sobre lo nuestro, lo propio (con el sentido de privado) sobre lo comunitario.
Isaías nos hace recordar que Dios es un Dios justo, que hace justicia y que quiere que se haga justicia.

Isaías también menciona en el texto el atributo de la salvación. El profeta ha experimentado de alguna manera que Dios es un Dios de salvación. En este pasaje, la salvación tiene que ver con el regreso del exilio, con el fin de un tiempo malo y el principio de un tiempo distinto y mejor.
Dios es un Dios de salvación, un Dios que quiere que su pueblo se salve. En este pasaje de Isaías (especialmente en el Cap. 62) se puede ver una mirada que privilegia a Israel sobre otros pueblos. Sin embargo, también hay que notar que en la relación de Dios con Israel hay que poder ver la relación de Dios con la humanidad.
Y en esa relación de idas y vueltas, de acercamiento y alejamiento, Dios quiere que la humanidad se salve.
Entonces ¿Qué será salvarse?
Esta pregunta puede ser respondida de diferentes maneras según el pensamiento y tradición de cada uno/a. Comparto tres posibles respuestas que representan tres tradiciones distintas.
Un evangélico tradicional me dirá que salvarse es recibir a Jesucristo en el corazón.
Un católico romano tradicional me dirá que salvarse es ser parte de los bautizados.
Un pentecostal me dirá que salvarse es haber recibido el doble bautismo (del agua y del Espíritu).
Llama bastante la atención que estas respuestas no están en el texto bíblico. A veces aprendemos ciertas frases o ciertas fórmulas que poco tienen que ver con lo que se afirma en la Escritura. En los textos bíblicos la referencia a salvarse o a la salvación tiene que ver con contar con el favor de Dios. En el recorrido de Israel en el Antiguo Testamento se puede ver que cada vez que el pueblo “hace la voluntad de Dios” cuenta con su favor. Por el contrario, cada vez que se aparta de la voluntad divina, termina padeciendo diferentes circunstancias. De hecho, la salvación aparece fuertemente ligada a la justicia. Alguien justo delante de Dios será alguien salvo.
Esta idea de fuerte raíz veterotestamentaria pero que llega hasta el Nuevo Testamento, supera los límites que algunas veces sostenemos desde las Iglesias; supera también, los límites que a veces ponemos cada uno de nosotros/as cuando conversamos estos temas, por ejemplo, en la sobremesa de un almuerzo o una cena familiar.
Digo que esta idea es superadora porque significa (en contra nuestro) que los cristianos podemos no ser salvos. ¿Cómo sería esto? Cuando nos alejamos de la voluntad de Dios...
Si no buscamos recordar y cumplir la voluntad de Dios puesta en ejemplo humano por el Emanuel, Dios con nosotros, lejos vamos a estar de la salvación y de la justicia de Dios.
Si no buscamos con esmero vivir y cumplir la voluntad de Dios, siguiendo los pasos de Jesús, no importa que hayamos recibido a Jesucristo en el corazón (evangélicos), ni que seamos parte de los bautizados (católicos), ni que hayamos recibido el doble bautismo (pentecostales), no seremos salvos... (o por lo menos no como creemos).

Dios es un Dios de justicia que superó los límites de su pueblo elegido, llevando su mensaje de verdad, justicia, amor y paz, más allá de las fronteras. Por eso la bendición de Abraham es para todos los pueblos de la tierra (Génesis 22,:18). Por eso en el mismo momento del nacimiento del Hijo de Dios, lo adoraron sabios de oriente (Mateo 2). Por esto mismo, apenas comienza a organizarse la comunidad de seguidores del Jesús resucitado, el Señor llama a Saulo, para ser su Apóstol a los gentiles (Hechos 9).
Dios permanentemente supera las fronteras que los seres humanos levantamos entre nosotros/as.
Dioses dinámico y crece, nosotros nos anquilosamos y nos achicamos en nosotros mismos.
Dios es justo y quiere la justicia para todos, nosotros tendemos a ser injustos, queriendo que la justicia sólo obre a nuestro favor.
Dios es un Dios de salvación, nosotros tendemos a creernos salvos y a querer que sólo algunos se salven.
Quiero ir terminando compartiendo un poema muy conocido de un Pastor Alemán, Luterano, compañero de lucha de Dietrich Bonhoeffer en el movimiento opositor a Hitler llamado “La Iglesia Confesante”.
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio,
porque yo no era comunista;
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio,
porque yo no era
socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté,
porque yo no era
sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté,
porque yo no era
judío,
Cuando vinieron a buscarme, no había
nadie más que pudiera protestar.

Martin Niemöller.

Este poema lo podemos ampliar hoy.  “Cuando vinieron a llevarse a los…”. Podemos agregar grupos que no piensan como nosotros pensamos; personas que viven de una manera que no entendemos; personas que se visten de una manera extraña; personas que hacen cosas que nosotros no haríamos… Este pastor alemán se dio cuenta de su error y cambió.
Dice el profeta: “Por causa de Sión y de Jerusalén no callaré ni descansaré, hasta que su justicia brille como la aurora y su salvación alumbre como una antorcha”. Isaías 62:1.

Quiera Dios que podamos ser cristianos comprometidos con la realidad que nos toca vivir. Que podamos ser más justos, como el Dios en quien creemos, al que no le da los mismo cualquier cosa. Que podamos bregar en la búsqueda de la salvación para todos y todas más allá de los límites que nosotros pretendemos ponerle a Dios. Que podamos poner en práctica las enseñanzas y ejemplos de Jesucristo, quien se dio a sí mismo por amor para toda la humanidad. Que el Señor nos bendiga, Amén. 

martes, 16 de septiembre de 2014

Predicación

14º Domingo de Pentecostés – 14 de Septiembre de 2014

P. Maximiliano A. Heusser


Leer: Romanos 14:1-12 y Mateo 18:21-35
El domingo pasado decía que los pasajes nos invitaban a reflexionar sobre la comunidad de fe y sobre cómo ser comunidad. Reflexionábamos sobre el lugar que el amor debía tener en la Iglesia. Hoy los textos bíblicos nos invitan a profundizar esa meditación.
El pasaje del Evangelio es la continuación a la “exhortación fraterna”, en donde Pedro pregunta si hay que perdonar hasta siete veces. La preocupación sobre la cantidad de veces que debía personarse a un pecador reincidente, era abordada por los maestros de la época. Ellos aconsejaban perdonar hasta cuatro veces. Pedro, que viene recorriendo camino junto al Maestro; que lo ha escuchado enseñar tantas veces; sabe que Jesús va a proponer algo más de lo normal, por esto arriesga generosamente: “hasta siete” (casi el doble). La respuesta de Jesús deja a todos sorprendidos: “setenta veces siete”. El número siete (7) para los judíos tiene el sentido de perfección, algo terminado, totalidad, plenitud, etc. Al Jesús utilizar un múltiplo del número pleno de Pedro, pero sustancialmente mayor, queda puesto en evidencia que el perdón debe ser pleno, ilimitado, total, perfecto, etc.
Por si alguien no ha comprendido esta breve pero profunda enseñanza de Jesús, éste relata una parábola que nos ayuda a entender que Dios nos ha perdonado tanto y tantas veces. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que Dios nos ha perdonado una infinidad de veces. La parábola muestra cómo un rey perdona una deuda enorme de uno de sus siervos porque éste le pide clemencia, y cómo, de la misma manera, un consiervo le pide clemencia por una suma insignificante al lado de la otra, y el siervo no conforme lo manda a la cárcel hasta pagar su deuda. Los otros siervos ven la escena y se la cuentan al rey. Éste, indignado, reprende al siervo malo y también lo envía a la cárcel. La enseñanza puesta en boca de Jesús es que hay que perdonar de corazón a nuestros hermanos/as (Mt. 18:35).
El perdón es la remisión (quita) de los pecados. Es un acto divino por excelencia. Es Dios quien perdona al ser humano su pecado. Pero es algo que Dios también nos pide que hagamos.
El texto nos ayuda a pensar en primer lugar, en cómo perdonamos a nuestros hermanos en la comunidad, en cómo intentamos hacer todo lo posible por estar bien con cada uno, con cada una. No se trata de ir contando las veces: “ya te perdoné veinte veces”. Se trata de buscar ser personas capaces de perdonar. No debería ser un logro poder perdonar a un hermano/a de la comunidad, sino simplemente la respuesta al extraordinario amor que Dios nos tiene. Tampoco de trata de perdonar sin olvidar. Hay una mujer del mundo del espectáculo que dice “yo perdono pero soy memoriosa”. A veces caemos en esto. Supuestamente perdonamos a alguien pero nos acordamos de la macana que nos hizo y de absolutamente todos los detalles del caso (qué, cuándo, dónde, por qué…).
El perdón que tenemos que intentar tener para con nuestros hermanos y hermanas es el perdón que sabe olvidar, que busca borrar y empezar de nuevo. Pero no se trata de ser tontos o inocentes, se trata de buscar poder perdonar como Dios nos vive perdonando a nosotros/as.
También podemos trasladar la cuestión del perdón a los hermanos de la comunidad a cualquier otra instancia en la que nos movamos. Debemos poder practicar el perdón en la familia. La familia, que es definida como “la célula fundamental de la sociedad”, debe también ser un lugar de perdón. También en casa debemos perdonarnos. También en casa debiéramos buscar que el perdón no tuviera límites, ni fuéramos contando cuántas veces perdoné tal o cual actitud o comentario, o lo que sea. En la relación entre padres e hijos debe haber perdón mutuo. Se debe buscar la reconciliación. En la pareja tiene que tener lugar el perdón, porque aquello que supuestamente perdoné, pero que sin embargo, no olvido, tarde o temprano aparecerá sobre la mesa y generará un conflicto.
De igual modo, podemos reflexionar cómo debemos perdonar en nuestros trabajos. Quizás a nuestros jefes, quizás a nuestros compañeros/as. Quizás a algún amigo o amiga que en una determinada situación “metió la pata”. Quizás tenemos que perdonar a un vecino que nos molesta con la música, al que tenemos “entre ceja y ceja”.
La carta del Apóstol Pablo a los Romanos, al igual que el domingo pasado, también nos ayuda a pensar en cómo nos relacionamos en la comunidad de fe. En esta porción de la carta, Pablo escribe respecto de posibles discusiones que se pueden dar dentro de la Iglesia. En esta caso, hay hermanos/as que discuten sobre la comida, sobre qué está permitido comer y qué no. Se hace evidente que hay personas que tienen origen judío (con restricciones en la alimentación) y otras de origen gentil (comían de todo). Pablo aconseja que el que come no menosprecie al que no come cualquier cosa y que el que no come de todo tampoco juzgue al que come. Haga cada uno lo que le parezca para el Señor. Porque finalmente, si vivimos o morimos, somos del Señor. Debemos destacar que ambos grupos se equivocan en su manera de actuar, porque los primeros menosprecian a sus hermanos (se burlan), y los segundos juzgan a los primeros. Los dos comportamientos son negativos…
Leyendo sólo esta porción que nos sugiere el leccionario, pareciera que el tema de la comida hubiera sido un tema menor y sin importancia para el Apóstol. Cuando en realidad, hubo toda una fuerte discusión sobre este tema con los Apóstoles, Pablo y los ancianos. Debate acalorado que se dio en la primeros años del cristianismo, donde Pablo enfrentó a Pedro en la discusión (ver Hechos 15 y Gálatas 2).
En esta carta Pablo es mayor en edad, tiene varios años de ministerio, ya le ha tocado atravesar varias situaciones difíciles y se refiere al tema menos apasionadamente. Pero esto no significa que le da “todo lo mismo”. Ni tampoco significa que Pablo sostenga que “cada uno piense lo que quiera y nadie se pelee por lo que los otros piensan”. No es así. Pablo admite en el vs. 14 que para él no hay nada impuro. Pero, aconseja para no herir susceptibilidades y no apartar a nadie de Cristo, no insistir en estos temas. Y en los vs. 16-18, el Apóstol da el criterio para este tipo de contiendas y distintos posicionamientos que se daban en la vida de la Iglesia de su tiempo:
 “No permitan que se hable mal del bien que ustedes hacen, porque el reino de Dios no es cuestión de comida ni de bebida, sino de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. El que de esta manera sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres”.
El criterio de Pablo para posicionarse respecto de algún tema en el que pueda haber diferencias importantes de pensamiento es el Reino de Dios. El criterio del cristiano para la toma de posiciones debe ser el Reino de Dios. La postura que cada uno/a tome tiene que buscar la JUSTICIA, la PAZ, agrego el AMOR y el GOZO.
Por ejemplo, decisiones como la ordenación de mujeres (que para nosotros es algo tan normal) han amenazado con dividir determinadas iglesias. Tanto, que algunas Iglesias ni se lo plantean. Este año, por ejemplo, luego de varios años de debate y de idas y vueltas, la Iglesia de Inglaterra aprobó -no sin revuelo- la ordenación de Obispas (en Inglaterra).
Los cristianos ya no discutimos por la comida, por si podemos comer cerdo o no, como aparece en la carta de Pablo. Los evangélicos en general, ya no discutimos sobre cantar himnos o canciones en el Culto (como se discutía en los 70’ y 80’).
Sin embargo, si tengo que mencionar un tema controversial que despierta posiciones enfrentadas en nuestra Iglesia Metodista, es la homosexualidad. Donde se evidencian posicionamientos totalmente enfrentados. Voces a favor y voces en contra. He escuchado los argumentos de distintos hermanos y hermanas en contra. Debo decir también, que he escuchado los argumentos de hermanos y hermanas a favor. He escuchado también amenazas de abandonar la Iglesia si toma una determinada posición, sea a favor o sea en contra.
Pensaba al reflexionar sobre esto ¿En qué momentos nos volvimos tan intolerantes? ¿En qué momento nos volvimos tan intransigentes? ¿En qué momento nos cerramos tanto sobre nuestro propio pensamiento sin intentar analizar lo que el otro dice y piensa?
Aquella frase de Wesley “pensar y dejar pensar” no es una frase de boleto, no es una frase de señalador para poner en un libro. ¡No, Señor! Es el resultado de alguien que quiere que la gente piense, reflexione, busque argumentos, debata, analice.
El criterio de Pablo para discutir posiciones enfrentadas respecto de la comida en el cristianismo primitivo, también aplica para éste debate y para los que seguramente vendrán: El criterio del cristiano para la toma de posiciones debe ser el Reino de Dios. La postura que cada uno/a tome tiene que buscar la justicia, el amor, la paz y el gozo. Y esa búsqueda debe estar orientada por el amor que nos debemos mutuamente como respuesta al amor y perdón de Dios.
Son muchos y difíciles los desafíos que la Iglesia debe enfrentar en estos tiempos. Pero, al contrario de lo que podemos suponer, los desafíos más grandes no vienen de afuera, son desafíos internos. Debemos poder ser una comunidad amorosa, una comunidad que practica y vive el perdón, una comunidad que busca la justicia para todos/as, que busca que todos y todas puedan vivir en paz, una comunidad que quiere que todos estén gozosos.
Quiera Dios iluminarnos en esta búsqueda para que podamos ser la Iglesia que Él espera que seamos. Que el Señor nos bendiga. Amén.
Córdoba, Argentina.

martes, 9 de septiembre de 2014

Predicación

Domingo 07 de Septiembre – 13º de Pentecostés
P. Maximiliano A. Heusser

Leer:
Romanos 13:8-14: El cumplimiento de la Ley es el amor: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Mateo 18:15-20: Cómo resolver cuestiones en la Iglesia.

Este domingo los textos bíblicos de Romanos y de Mateo nos hablan del ser comunidad y de cómo ser comunidad. Pablo les escribe a los romanos y les da toda una serie de recomendaciones en cuanto a los deberes de la vida cristiana. La porción que leímos recién está en ese contexto. En este pasaje Pablo habla del amor y dice que toda la Ley se resume en: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Es decir, que Para Pablo, el cumplimiento máximo de a Ley es el amor. Esto, como decía al principio, tiene que ver con la comunidad.
1. En un primer sentido podemos pensar el tema del amor dentro de la comunidad de fe. El amor debe ser lo que rija, oriente y anime las relaciones interpersonales que se dan en el ámbito de la comunidad de fe. ¿Por qué decimos esto? Porque si hay amor entre nosotros y nosotras, todo va a ser más fácil. Esto, por supuesto, no significa que no vamos a tener problemas o inconvenientes, pero va a ser más fácil solucionarlos. Es como en el matrimonio, habiendo amor es un poco más fácil solucionar lo que se vaya presentando.
Hace unos domingos les compartía las palabras del Pastor Douglas Rouffle en cuanto a la relación entre la Iglesia y el Reino de Dios. Cuando decíamos que teníamos que ser señal o signo del Reino, una de las maneras era haciendo evidente el amor que nos teníamos como comunidad. De esta manera, la gente iba a decir: “miren cómo se aman”.
Esto no es algo fácil o sencillo. Uno ama -por ejemplo- a su pareja, porque la ha elegido para vivir juntos toda la vida. Pero uno no ha elegido a todas las personas que vienen a la Iglesia para vivir toda la vida. Entonces uno se encuentra con gente con la que no tiene mucho en común, con gente que es de otro equipo de fútbol; con gente que tiene una ideología diferente, o incluso, opuesta a la nuestra; con otra formación (mayor o menor); gente con otros intereses; con gente de otra edad, etc… y sin embargo, todos somos parte de la misma comunidad.
Dios es amor, por lo tanto, el que ama ha conocido a Dios, porque Dios es amor (1 Juan 4:8). Este amor que debemos intentar tener no depende sólo de nuestras fuerzas o nuestra capacidad de amar. Este amor viene del Dios en el que creemos, quien se hizo ser humano por amor a cada uno de nosotros y la humanidad toda.
Debemos, entonces, intentar ser una comunidad de fe donde el amor sea el sentimiento que nos ayude a relacionarnos. Donde el amor oriente cómo le hablo a tal o cual. Donde el amor sea lo que me motive a acercarme al otro, a la otra. Donde el amor sea el sentimiento que venga a mi corazón y a mi mente cuando piense en los hermanos y hermanas de la comunidad de fe.
Una comunidad que viva llena de amor los unos por los otros, seguramente tendrá muchos menos problemas que una que no lo haga.
2. En un segundo sentido, este amor en el que se cumple plenamente toda la ley, debe salir de la comunidad de fe. No sólo debe salir como testimonio del amor interno (“mirá cómo se aman”), sino que debe llegar fuera de la comunidad. Es decir, una comunidad donde el amor tiene un lugar privilegiado, es una comunidad que ama. Y ese amor que se exterioriza se traducirá en diferentes programas y actividades de la Iglesia. Así sabemos de Iglesias, por ejemplo,  que han abierto escuelas, porque en sus barrios había una necesidad puntual y buscaron desde el amor responder a esa necesidad. Otras comunidades han abierto consultorios médicos, guarderías, clases de apoyo, bolsas de alimentos, etc. Intentando responder desde el amor a las necesidades del propio contexto.
El amor de Dios en la comunidad de fe también se tiene que exteriorizar en cómo nos relacionamos con el afuera de la comunidad; con aquellos que no vienen, que no conocen de la fe; con aquellos y aquellas que quizás están en otras búsquedas… He escuchado a predicadores evangélicos y a hermanos/as de nuestras comunidades, hablando de “los que viven en el mundo, perdidos y entregados al pecado, sujetos a la concupiscencia de la carne”. Si bien estas son expresiones bíblicas que no tienen nada de malo, no es la mejor manera de relacionarnos con el afuera de nuestras comunidades. Si nos expresamos así no demostramos absolutamente nada de amor hacia esas personas. La gente en lugar de decir: “mirá cómo aman”, va a decir: “mirá cómo señalan y juzgan”. Si nos pusiéramos más fríos y pensáramos nuestra relación con el afuera de la comunidad desde el punto de vista del marketing (entiendo que el Evangelio no se vende, es un ejemplo) tampoco deberíamos expresarnos de esta manera.
Qué difícil es ser una comunidad de amor, una comunidad donde se construyan relaciones y lazos de amor, donde ese amor sea exteriorizado en acciones y programas de la Iglesia, y donde todo el mundo pueda sentir que es amado y recibido con los brazos abiertos.

3. Esto nos lleva también a reflexionar sobre el pasaje del Evangelio de Mateo. Esta porción bíblica ha sido llamada “la corrección fraterna”. La mayoría de los biblistas están de acuerdo en que se pone de manifiesto una problemática de la comunidad mateana. ¿Cómo hay que hacer cuando un miembro de la comunidad peca contra alguien de la comunidad o contra la comunidad misma?
Aquí también el amor es sumamente necesario. Esta serie de pasos que se sugieren no buscan cumplimentar un proceso jurídico. Buscan la manera más fraternal y pedagógica de resolver un conflicto que daña a hermanos de la comunidad o la vida misma de la comunidad de fe. Se pide señalar la cuestión en forma personal para no difamar al hermano/a. Si éste no cambia de actitud, se pide que vaya con otro u otros/as para que vea que son varios los que piensan que debería cambiar de actitud. Finalmente, si no escucha a este grupo, se pide que toda la comunidad considere el caso. Si no escucha a la comunidad reunida en un mismo sentir, él mismo querrá salir de esa comunidad.
Es muy interesante ver qué texto está justo antes de este: “La parábola de la oveja perdida”. Ese pastor que deja 99 ovejas para ir en busca de esa que se perdió y alejó del redil. Este es el contexto del pasaje del Evangelio. La necesidad de hacer todo lo posible para que nadie abandone el redil.
Se busca que el hermano o la hermana en error, un error que afecta a otros hermanos o a la misma comunidad, pueda darse cuenta y cambiar. Es un intento amoroso de salvar la situación sin que nadie salga lastimado. Aquí hay una comunidad, la comunidad mateana, que  ama a sus hermanos y hermanas. No es una comunidad erigida en juez de las vidas y las conductas de sus miembros. Es una comunidad que busca, en amor, lo mejor para cada uno de quienes la integran.
Si en algo nos tendremos que poner de acuerdo hoy en la tierra como comunidad de fe (Mt. 18:19), es en pedirle a Dios que nos de más amor, porque nos falta. Porque no somos una comunidad que pueda ser definida como amorosa. Tenemos amor, nos queremos, pero no somos una comunidad “muy” amorosa. Por esto mismo, creo que el amor de Dios tampoco desborda de nosotros/as y llega puertas afuera de la Iglesia.
Como nos ha exhortado en más de una oportunidad nuestro Obispo, congregacionalmente debemos buscar:
* Ser congregaciones amorosas, contenedoras, inclusivas y sanadoras.
* Ser congregaciones que hacen nuevos discípulos y discípulas.
* Ser congregaciones abiertas a los cambios y movimientos que se producen en la gran parroquia donde estamos insertos.
* Ser congregaciones proféticas, que se sumen con otros espacios sociales a la búsqueda de una sociedad más justa e igualitaria.
Que el Señor nos bendiga, Amén.
Córdoba, Argentina.


martes, 12 de agosto de 2014

Predicación

9º Domingo de Pentecostés - 10 de Agosto
P. Maximiliano A. Heusser

Leer: Mateo 14:22-33.
El texto del Evangelio para hoy se encuentra a continuación de la multiplicación de los cinco panes y los dos peces (texto que leíamos el domingo pasado). Jesús acaba de realizar un milagro muy significativo. De cinco panes y dos peces alimenta a una enorme multitud.
Juan, el evangelista, al contar este mismo relato dice que luego de la multiplicación la gente lo quería hacer rey (Jn 6:14-15). ¿Qué habrán pensado sus discípulos? ¿También habrán querido hacerlo rey? ¿O ya estaban acostumbrados a ver a Jesús haciendo milagros? Sea como sea, Jesús les manda a sus discípulos irse en la barca a la otra orilla del Mar de Galilea. En el griego es notorio que Jesús les ordena irse a la otra orilla, no es un pedido común o suave, lo dice imperativamente.
También debemos señalar que Jesús despide a la multitud. La palabra que se utiliza en griego es la misma que utiliza Mateo para hablar de divorcio (Mt. 5:31). A Jesús le cuesta despedir a la multitud, porque seguramente la gente no quería alejarse de Él. Esta gente ha sido partícipe del milagro y no deben querer alejarse del “hacedor de milagros”. Sin embargo, Jesús sí quiere que ellos se vayan y sigan con sus vidas. Finalmente los logra convencer y puede subir al monte a orar (como lo ha hecho en más de una oportunidad).
Orando en el monte se hace de noche, mientras los discípulos están en medio del Mar de Galilea intentando llegar al otro lado. Bien entrada la madrugada, Jesús deja de orar y decide alcanzarlos. Lo milagroso es que lo haga caminando por las aguas en medio de una tormenta que azotaba la barca. Relata el comentarista Ricciotti que “ya entrada la primavera, es frecuente en el lago de Tiberiades que, después de un día caluroso y sereno, hacia el declinar del sol, sobrevenga desde las montañas dominantes un viento frío y fuerte en dirección sur, viento que continúa y crece más cada vez hasta la mañana, haciendo la navegación bastante difícil”.  Es posiblemente en medio de esta situación que Jesús se acerca caminando sobre el agua.
Los discípulos tienen miedo en primer lugar por la tormenta. Hay seguramente, mucho oleaje y viento fuerte. El pueblo judío le tiene mucho respeto al mar, y en su cosmovisión, simbólicamente el mar era el lugar del caos y de la muerte. Llenos de miedo ven alguien que se acerca y creen que se trata de un fantasma. Quizás si esto nos sucediera a nosotros hoy diríamos lo mismo que los discípulos: ¡un fantasma!
Jesús los calma, les deja escuchar su voz, los anima. Pedro le responde que lo mande ir a él hasta el propio Jesús. Jesús le responde que lo haga. Milagrosamente (segundo milagro) Pedro camina sobre las aguas en dirección a Jesús. Pedro ve el tamaño de las olas, siente el viento fuerte que sopla y tiene miedo y comienza a hundirse. En su desesperación grita: “¡Señor, salvame!”. Al momento, Jesús extiende su mano y lo sostiene.
Jesús reta a Pedro por haber dudado.
Al subir a la barca sucede el tercer milagro: La tormenta se detiene inmediatamente. Por esto el resto de los discípulos entiende que verdaderamente es el Hijo de Dios y lo adoran.

Quiero señalar el tema del miedo. El miedo es un protagonista esencial en este relato. Los discípulos, muchos de ellos pescadores que han navegado desde su temprana juventud, están muertos de miedo en la barca. Están concentrados en los peligros (olas y viento) y eso les nubla la posibilidad de ver que la persona que se acerca es Jesús.
Pedro, con una fe más importante que los demás, quiere caminar como Jesús sobre las aguas. Algunos biblistas piensan que quizás quería disfrutar de algo de ese poder que se hace evidente en Jesús, caminando sobre las aguas. Pedro lo logra hacer, pero mirando lo embravecido del mar y el viento siente miedo. No es un miedo que lo paraliza, sino que es un miedo que lo hunde.
Esto mismo nos puede pasar como comunidad de fe. En un primer sentido, esto nos pasa cuando nos concentramos y ponemos nuestra atención únicamente en los peligros externos que tenemos que enfrentar (factores externos). Muchas veces como Iglesia, decimos que tenemos que vivir a contramano ¿no es cierto? O hemos dicho que el Evangelio es contracultural, porque propone algo diferente a lo que se nos propone desde la sociedad. Nos pasa en este sentido, que nos detenemos a pensar en todas las cuestiones que debemos enfrentar y hasta combatir (como son las tormentas). Y esta situación muchas veces nos hace caer en el miedo, en la desesperación y en la confusión. Tan mal nos puede poner que no distinguimos la presencia de Dios en medio nuestro.
En un segundo sentido, debemos advertir que lo peor que le sucede a este grupo de discípulos en la barca no es la tormenta, no son los factores externos, sino por el contrario, son los factores internos. Lo peor que les sucede es el miedo y la desesperación en la que caen. Muchas veces los problemas más grandes que podemos tener como comunidad de fe, no son cuestiones que nos vienen de afuera, sino que somos nosotros mismos.
Debemos hablar de la fe. Se hace evidente en el relato que los discípulos flaquearon en su fe. Su fe les fue puesta a prueba por las condiciones climáticas del  mar de Galilea y tuvieron miedo. Dice el pasaje que “gritaban de miedo”.
Pedro parece tener más fe que los demás, pero cuando las papas quemaron, no pudo más y terminó hundiéndose en lo mismo que le causaba temor (el mar y la tormenta).
Nosotros y nosotras, como seguidores de Jesús tenemos que tener fe. La fe es puesta a prueba en los momentos difíciles que nos toca enfrentar. Nuestra fe se prueba cada vez que tenemos que atravesar una tormenta (enfermedad, muerte de un ser querido, falta de trabajo, dificultades, etc.).
Pedro, a diferencia de los otros discípulos, tuvo la confianza necesaria en Jesús, para pedirle que lo hiciera caminar sobre las aguas hasta llegar a él. Como dijimos antes, es notable (y milagroso) que Pedro lo haya podido hacer. Nos imaginamos a Pedro caminando con los ojos puestos en Jesús (como dice la canción del Pastor Claudio Pose). Esa debería ser nuestra actitud y metodología para enfrentar los problemas de la vida, nuestro protocolo para enfrentar tormentas. En medio de esas situaciones adversas deberemos levantar nuestra vista y mirar más allá, viendo a Jesús.
Lo que también tenemos que recordar es que Jesús siempre está dispuesto a socorrernos. Siempre está dispuesto a responder a nuestro llamado. Siempre tiene el brazo extendido para tomarnos e impedir que nos sigamos hundiendo.
Quiera Dios que podamos enfrentar las tormentas de la vida con los ojos puestos en Jesús, que podamos ver más allá, con esperanza, y que superemos los miedos que nos paralizan y hunden, alejándonos de Dios y de la vida plena que vino a anunciarnos en Jesús.

Que el Señor nos bendiga, Amén.
Córdoba, Argentina. 

miércoles, 23 de julio de 2014

Predicación

Domingo 20 de Julio de 2014 – 6° de Pentecostés

Leer: Mateo 13:24-30, 36-43

Esta parábola que nos propone el Evangelio para el día de hoy es una de las pocas, junto con la del sembrador (del domingo pasado), que Jesús explica. Parte de la riqueza de las parábolas es que no se expliquen y que uno pueda ubicarse en distintos lugares para abarcar mayores posibilidades de análisis. Pero Jesús quiso explicar estas parábolas, por lo que trabajaremos con la interpretación del mismo Jesús.

Pensaba al releer el pasaje que el tema principal de la parábola es la dicotomía (la oposición) entre lo bueno y lo malo (el trigo y la cizaña) y vamos a comenzar refiriéndonos a esto. En segundo lugar vamos a hablar de la capacidad de cambio de la semilla. En tercer lugar nos vamos a referir a las espigas, como frutos que evidencian qué planta somos.

1. “Los cristianos a lo largo de los años, afortunadamente nos hemos encargado de echar luz sobre lo bueno y lo malo. Hemos sabido construir criterios que ayuden a juzgar entre los buenos y los malos. Nos hemos encargado de señalar específicamente quiénes accedían a la salvación y quiénes –por el contrario- merecían la condenación eterna. Los cristianos hemos sabido distinguir quiénes son hijos del Reino y quiénes son hijos del maligno”.

Esta práctica de separación entre lo bueno y lo malo, los buenos y los malos, pareciera formar parte de la misma esencia de la humanidad. En el tiempo de Jesús también se hacían estas divisiones. Las divisiones entre buenos y malos podían darse por diferentes razones: por motivos religiosos,  por motivos políticos e ideológicos, por motivos económicos, por motivos sociales, etc.…Parafraseando la canción de León Gieco diría 20 siglos igual.

Los cristianos hoy seguimos teniendo la costumbre de querer separar lo uno de lo otro. En otras categorías se utiliza el término separatismo para referirse a este fenómeno. Sucedía en el tiempo de Jesús, sucedió a lo largo de los años, de los siglos, y hoy en día sigue siendo una realidad la existencia de cristianos y cristianas que pretenden ser los “separatistas de la salvación”.

El texto del Evangelio de hoy nos muestra que el juicio es de Dios, quien separará lo bueno de lo malo es Dios mismo mediante sus ángeles. El que siembra es Jesús, el campo es el mundo, y la buena semilla deberíamos ser los hijos del Reino. La cizaña son los hijos del maligno, que crecen en medio del mundo también.
Nuestro papel se debe limitar a ser buena semilla, para que el Reino germine y produzca humanidad en medio de tanta deshumanización.

2. La parábola de la cizaña tiene sus límites en cuanto a los alcances de ser trigo o cizaña. Los seres humanos, a diferencia de las plantas, tenemos una posibilidad ilimitada de cambiar lo que somos. La cizaña siempre será cizaña y el trigo siempre será trigo. En cambio, los seres humanos podemos ser cizaña, reconociendo que no le hemos dado a Dios el lugar que se merece en nuestra vida, y convertirnos por gracia de Dios, en semilla de trigo bueno (=conversión positiva).
El mensaje proclamado por Jesús era “Buena Noticia”. Si nos damos cuenta que vivimos apartados de Dios y que muchas veces nos dejamos guiar por el mal, por los malos sentimientos, por los prejuicios, por nuestros miedos, por nuestros egoísmos, etc., la buena noticia es que podemos dejar de ser cizaña y cambiar el rumbo de nuestra vida…
Dios hoy nos invita a ser buena semilla. Dios nos desafía a dejarnos sembrar por él en medio de la sociedad en la que vivimos para dar “buen fruto”. Abramos nuestro corazón a Dios, para que sople de su Espíritu Santo y nos alcance con su amor transformador y su gracia misericordiosa…

Pero ya que hablamos de dicotomía, podemos decir también que esto sucede a la inversa. Es decir, que la buena semilla que son/somos los hijos de Reino sembrados en el mundo por Jesús, lamentablemente nos podemos convertir en cizaña, en mala semilla (=conversión negativa – pecado). Este es un peligro del que tenemos que cuidarnos. Los seres humanos tenemos, decíamos recién, la capacidad de cambiar. Una posibilidad es cambiar hacia el bien y otra posibilidad es cambiar hacia el mal. Esto se da cuando los cristianos nos acostumbramos mucho a serlo, nos sentimos extremadamente cómodos y cercanos a Dios, creyendo que somos prácticamente perfectos y salvos. Este es un peligro del que debemos cuidarnos extremadamente.

3. En último lugar debemos mencionar que finalmente el padre de familia distingue entre la cizaña y el trigo por la espiga, por su fruto. Esto mismo también sucede si pensamos en los frutos de los buenos (hijos del Reino) y en los frutos de los malos (hijos del maligno). Nuestras obras, nuestras palabras, nuestros comentarios, nuestras acciones, demuestran y evidencian si somos buena semilla o si somos cizaña. Si colaboramos con el Reino de Dios para que se acerque en este tiempo y lugar o “trabajamos en contra”. Debemos trabajar y velar para que el Reino germine y produzca humanidad en medio de tanta deshumanización.

El siguiente video nos da algunas ideas de cómo ser buenas semillas y llevar buenos frutos.


Quiera Dios que superemos esas ganas de juzgar y separar a los buenos de los malos. Quiera Dios que si somos cizaña podamos decidir aceptar el amor y la misericordia de Dios convirtiéndonos en trigo, como así también, evitemos el peligro de siendo trigo, convertirnos en cizaña. Finalmente, Dios siga queriendo que llevemos buen fruto y trabajemos sembrándonos como semillas de su Reino. Que el Señor nos bendiga, Amén.

P. Maximiliano A. Heusser

Córdoba, Argentina.

lunes, 7 de julio de 2014

Mensaje



06 de Julio de 2014 – 4° Domingo de Pentecostés

Leer: Mateo 11:16-19, 25-30.

El pasaje del Evangelio está dividido en dos porciones. La primera (11:16-19) nos muestra a Jesús comparando a su generación con unos chicos que tocan música para bailar pero nadie baila y tocan música de duelo y nadie llora. Afirma esto porque criticaron, en su momento, a Juan el Bautista (=bautizador) y ahora lo critican a él. A Juan lo criticaron por su actitud asceta (vivir en el desierto, su dieta, su vestimenta, etc.), y a Jesús lo critican por todo lo contrario, por comer y tomar, incluso, con personas reconocidamente pecadores/as.
Este pasaje se encuentra precedido por los discípulos de Juan que vienen enviados por su maestro a preguntar si es el que había de venir. Jesús les contesta que cuenten lo que ven y habla muy bien de Juan, lo llama el Elías que había de volver. Es después de esto que critica a su generación. La crítica tiene que ver con que nada ni nadie les venía bien.

Me acordaba pensando en esta porción bíblica de una frase popular que dice “cualquier colectivo lo deja bien”. Seguramente la hemos usado en más de una oportunidad o hasta se la hemos aplicado a alguien. Suele tener que ver con personas que no ponen muchos “peros” para hacer algo, ni les importa mucho que lo ayude una u otra persona, o que las cosas se hagan de tal o cual manera. Suele pensarse que debido a su positivismo o a su poca consideración de las variables, cualquier opción les da lo mismo. Más allá de si lo pensamos positivamente (hace lo que haya que hacer como sea y con quien sea) o si lo pensamos negativamente (no le importa demasiado qué ni cómo ni de qué manera se hace algo), son personas que no le buscan “la quinta pata al gato”, para usar otra expresión.

La generación que Jesús compara con estos chicos son todo lo contrario al “cualquier colectivo lo deja bien”. Porque, en realidad, ningún colectivo los deja bien. Rechazan a Juan el Bautista por lo que sea y rechazan a Jesús por lo que sea. Parte de lo malo de esto, es que cuando uno sólo quiere ver lo malo, lo va a encontrar. Cuando uno está concentradísimo en ver solamente las cuestiones negativas, o las fallas, o las dificultades, los obstáculos, los va a terminar encontrando. Y esto no significa que no debemos ser cuidadosos, ni precavidos, ni analizar y pensar antes de hacer algo o tomar una decisión, pero todo en su justo lugar y en su justa medida.

Nosotros y nosotras no estamos lejos de esa generación de la que habla Jesús. A veces nos pasa esto como comunidad de fe. Alguien tiene una idea y se la empezamos a boicotear: “no, pero fíjate esto”, “habría que pensar mejor en esto otro”, “no lo hagamos, mirá si llueve”, “en ese lugar no se puede hacer nada”, “eso ya viene mal organizado, no va a salir”, “en la Junta Directiva son todos nuevos, no tienen ni idea”, “siempre está la misma gente en la Junta Directiva”, “ese pastor es muy joven, cada vez los mandan más chicos”, “ese pastor ya está grande ¿Cuándo se jubila?”. Muchas veces nada nos viene bien…

Esta es una actitud que tenemos que desterrar de nuestra vida como comunidad de fe. Es una actitud saboteadora. Es una actitud que no nos ayuda para nada. Es una actitud que limita las iniciativas, las nuevas ideas, las ganas, el entusiasmo…

Pensando específicamente en el contexto en el que Jesús se refiere a esta actitud de su generación, tiene que ver con no aceptar ni recibir el mensaje del Reino de Dios. Mensaje de conversión y arrepentimiento anunciado por Juan el Bautista, y mensaje proclamado y hecho realidad en la persona y ministerio de Jesús.

¿Por qué digo que es necesario desterrar esta actitud de nuestras vidas y de la vida de nuestra comunidad de fe? Porque cuando “ningún colectivo nos deja bien”, estamos a sólo un pequeño paso de no darle lugar al Reino de Dios en medio nuestro con excusas y cuestiones que no son muy significativas. Este es un grave peligro que debemos tener en cuenta y que tenemos que evitar.

La segunda parte del Evangelio (11:25-30) se encuentra luego de los ayes sobre las ciudades que no se convirtieron a pesar de las enseñanzas y milagros de Jesús, y nos muestra a Jesús alabando a su Padre Dios, porque ha ocultado “estas cosas” de los sabios y entendidos y se las ha revelado a los niños. Algunas cuestiones a tener en cuenta:
1.       “Estas cosas” se refiere a todas las enseñanzas y prácticas de Jesús en su ministerio.
2.       Los sabios son los grupos considerados sabios religiosos en ese tiempo (escribas, fariseos, sacerdotes).
3.       Los niños son personas sencillas y humildes. No se trata de niños, sino del grupo opuesto a los sabios y entendidos de la época: obreros, campesinos, artesanos, pescadores, pecadores, gente del pueblo).

Este es un pensamiento contrahegemónico. Quienes pueden tener revelación de Dios no son los “sabios” habituales, sino aquellos que son tildados de ignorantes, de sencillos, de gente baja, de irreflexivos, de poco inteligentes. Dios ha hecho una opción fundamental por estas personas que se encuentran en una situación de desventaja frente a los demás.
La teología de la liberación desde los años ´60 viene sosteniendo con fuerza este postulado.

Debo confesar que en mis años de estudiante en la Facultad de Teología no me terminaba de cerrar esta idea de la Teología de la Liberación. No entendía por qué Dios elegía a los pobres, porque yo no me consideraba “pobre”. En lo familiar, si bien nunca tiramos manteca al techo, nunca nos faltó el sustento diario y tuvimos las necesidades básicas cubiertas. Hasta que entendí, gracias a Enrique Dussel (filósofo mendocino, exiliado en los años ’70, nacionalizado mexicano), que Dios elige la lucha en defensa de los marginados y desposeídos. No importa si yo tengo mis necesidades básicas cubiertas y me puedo tomar mis dos semanas de vacaciones en Enero. Importa que desde mi lugar me identifique, trabaje y luche, para que mis hermanos y hermanas -que Dios preferencialmente elige- también tengan la oportunidad de hacerlo.

El vs. 27 suena al Evangelio de Juan, porque Jesús, el Hijo, se identifica con Dios y dice que puede conocer a Dios aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar. Es decir, a los niños a los que se les ha revelado. Dios se revela en Jesús a los humildes, marginados y desposeídos de todos los tiempos. Parafraseando a Dussel, diría que también se revela a quienes luchan en favor de la liberación de aquellos que son oprimidos por diferentes razones y circunstancias.

En el vs. 28 Jesús ofrece dar descanso a los que han trabajado mucho y están cargados. Es una obviedad que para cansarse hay que trabajar. Nadie se cansa en el “banco de suplentes”. Se cansan quienes salen a la cancha y dejan todo de sí en beneficio de su equipo.
Algunas veces los pastores nos equivocamos y sólo desafiamos a aquellos hermanos/as que tienen capacidades y dones en abundancia. Ha pasado más de una vez, que estos hermanos/as se cansan, se agotan y en algunos casos se terminan alejando de la Iglesia. Aquí, deberíamos poder agudizar nuestra mirada sobre la comunidad descubriendo otras personas y los dones que Dios les ha dado.
Cae de maduro también que siempre el descanso es por un tiempo, nadie vive descansando y disfrutando de no hacer nada. Por lo menos, esto no debería pasar en la Iglesia. El descanso que da Dios es para reponer las fuerzas y las energías.

Para el pueblo judío la idea de llevar el yugo (vs. 29) tenía que ver con cumplir la Ley. Afirma el Pastor René Krüger: “En el judaísmo de la época, el yugo era imagen de sometimiento a la Ley. Reconocer al único Dios y obedecer sus mandamientos era como cargar el yugo de Dios”. Jesús ofrece un yugo distinto, un yugo que no resulta pesado, no oprime, sino que libera y ayuda a “aliviar” las cargas de la vida. Ese yugo es el Evangelio proclamado y vivido por Él mismo, en el que se revela la voluntad y acción de Dios en medio de su pueblo. Esta es la “carga” que tienen que querer llevar, aprendan de mí, dice Jesús, que soy manso y humilde de corazón. La mansedumbre y la humildad son valores del Reino que debemos imitar de Jesús y buscar para nuestra vida.

Quiera Dios que en nuestra vida como comunidad seamos más parecidos a “cualquier colectivo lo deja bien” que a aquellos y aquellas que critican y no se suman a ningún proyecto e idea movilizadora.
De la misma manera pedimos a Dios que se revele en cada uno de nosotros y nosotras y que estemos dispuestos a llevar su yugo sobre nuestras cabezas, siendo servidores del Reino al servicio de aquellos menos privilegiados que Él ha elegido en primer lugar. Porque “su yugo es fácil y ligera su carga”. Que el Señor nos bendiga, Amén.

P. Maximiliano A. Heusser
Córdoba, Argentina.

martes, 20 de mayo de 2014

Predicación

5º Domingo de Pascua – 18 de Mayo de 2014

Leer: Juan 14:1-14: Yo soy el camino, la verdad y la vida…

¿Qué significa estar turbado? Se trata de alguien que ha sido alterado o conmovido; se puede hablar también de alguien que ha sido sorprendido o aturdido; y también, alguien que ha sido interrumpido de su estado natural.
Esa es la realidad contextual de los discípulos en este pasaje del Evangelio de Juan. Jesús comienza diciéndoles: “no se turben, creen en Dios, crean también en mí”.
El pasaje forma parte del discurso de Jesús luego de su última cena. El maestro ya les lavó los pies a sus discípulos y les acaba de anunciar que uno de ellos lo va a traicionar (Jn 13:21). También le acaba de decir a Pedro (quizás delante del resto de los discípulos) que lo va a negar tres veces.
El orden normal de las cosas ya se ha visto totalmente modificado. Reina un estado de incertidumbre y de intranquilidad. Absolutamente ninguno de los presentes se siente bien o cómodo. Por el contrario, todos están turbados, todos están angustiados.
En medio de este sentir (miedo, angustia, asombro, desesperanza) Jesús recuerda la necesidad de creer en él como se cree en Dios. Jesús promete que va a preparar un lugar en la casa de su Padre y que vendrá a buscar a los suyos. Jesús dice también que saben(mos) a dónde va, a lo que Tomás contesta que no lo saben, como tampoco saben el camino. Jesús responde con la afirmación: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí”.
Entonces, un primer contexto es el grupo de discípulos y seguidores de Jesús desorientados ante las recientes afirmaciones que les han “movido el piso”.
Un segundo posible contexto, es la comunidad joánica que enfrenta distintas situaciones adversas, a las que el evangelista, intenta responder con palabras de Jesús. Son palabras que invitan a la fe y al seguimiento del Maestro, que ya saben, no ha muerto, sino que ha resucitado.
Un tercer y último contexto es el nuestro hoy, nuestra realidad presente. La realidad desde la que nosotros y nosotras nos acercamos a este texto. En Mayo de 2014 Jesús nos dice “no se turben, creen en Dios, crean también en mí”, “yo soy el camino, la verdad y la vida”.
En esta oportunidad vamos a detenernos en nuestra reflexión en esta última afirmación de Jesús que busca responder a la pregunta de Tomás.
Sabemos que Juan, el evangelista, utiliza términos con más de un sentido (polisemia), lo que enriquece la posibilidad de significados e interpretaciones de sus textos. Este caso no es la excepción.
1. Jesús es el camino.
- Con esta imagen podemos pensar que creer en él es estar en un determinado lugar, el camino, en donde no estamos quietos sino en continuo movimiento. Podemos avanzar e ir hacia delante, o podemos retroceder (cuando cometemos errores). Pero siempre en el camino. Cuando uno detiene la marcha se queda al costado del camino.
- Cuando hablamos de camino podemos pensar en un recorrido que tiene un punto de partida y un punto de llegada. En este sentido Jesús parece decir que por él llegamos a Dios. Es como un camino ascendente, en dirección a Dios.
- Algunos teólogos, en este sentido, prefieren ver el sentido inverso. Jesús también es el camino por el que el Padre se hace ser humano llegando a la humanidad. En esta visión no se trata de un camino ascendente hacia Dios, sino descendente de Dios hacia nosotros/as para nuestra salvación.
- En último lugar vale mencionar que para el pueblo de Israel, el camino de Dios era el cumplimiento de sus mandamientos y preceptos. Por ejemplo, cuando Salomón le pide a Dios sabiduría para gobernar, Dios le dice: “si andas en mis caminos, guardando mis preceptos y mis mandamientos… yo alargaré tus días” (1 Reyes 3:14). En este caso el camino es Jesús, no el cumplimiento de la Ley. O en todo caso, la imitación del ministerio y la puesta práctica de las enseñanzas del Maestro.
2. Jesús es la verdad.
- Esta afirmación de Jesús pone al descubierto que todo aquello que no responde a sus enseñanzas ni a sus prácticas, no es verdadero, en el sentido de que no es la auténtica voluntad de Dios. Las doctrinas o acciones que se oponen al ministerio y enseñanza de Jesús están extremadamente cerca del engaño, la destrucción, la muerte, la maldad y la mentira. Como dice un comentarista bíblico: “La Palabra anunciada y testimoniada por Jesús, que es la Palabra del Padre, se convierte en criterio de verdad” (servicio bíblico latinoamericano). Jesús es la verdad.
3. Jesús es la vida.
Aquí, en la misma línea, Jesús es la vida en oposición a todo aquello que limita o cercena la vida. Como leíamos el domingo pasado: “yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia”. Esa vida abundante se logra creyendo en él. “No se turbe vuestro corazón, creen en Dios, crean en mí”. De esta manera, aquél o aquella que cree en él, se transforma (o se debe transformar) en alguien que busca vivir plenamente

Si no somos creyentes, si no hemos respondido a la invitación de Jesús en el Evangelio de creer en él, esta es nuestra oportunidad. Jesús nos dice, en medio de las dificultades y temores propios de nuestro tiempo: “cree en mí”, “no estás solo”, “dejame ser parte de tu vida”, “agarrate de mi mano”, “voy a estar siempre para vos”.
Si somos creyentes, si ya hemos respondido a la invitación del Evangelio de creer en Jesús, -el camino, la verdad y la vida- de alguna manera tenemos que lograr humanamente y desde nuestro lugar algunas cosas:
- Tenemos que lograr estar en el camino, no salirnos de él, ni cometer el error de detenernos en nuestro caminar, porque de esa manera, nos ponemos al margen del camino. Cuando uno se relaja demasiado en el camino termina en la banquina. Los cristianos muchas veces cometemos el error de detenernos en nuestro caminar. No vamos ni venimos. Debemos volver al camino y estar en movimiento.
- Tenemos que tener como criterio de verdad para analizar nuestras acciones, nuestras decisiones, el trabajo de nuestra iglesia, el testimonio que damos, los comentarios que hacemos a diario, las enseñanzas y acciones de Jesús a lo largo de su vida y ministerio.
- Finalmente, tenemos que lograr ser proclamadores de la vida. Ser personas que luchamos a favor de la vida de aquellos/as que nos rodean. Ser promotores y facilitadores de la vida plena anunciada en y por Jesús.
Que el Señor nos bendiga, Amén.

P. Maximiliano A. Heusser

Córdoba, Argentina. 
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