martes, 1 de octubre de 2013

Predicación

 
29 de Septiembre - 19º de Pentecostés.
P. Maximiliano A. Heusser

Amós 6:1ª; 4-7 - Lucas 16:19-31

Vamos a comenzar describiendo a estos dos personajes tan diferentes que el relato del Evangelio nos propone en boca de Jesús. ¿Qué se dice de cada uno?
Hay un hombre rico, que se viste de púrpura y de lino fino. Hoy sería un hombre que se viste con trajes finos diseñados en Italia, por ejemplo...
También vale la pena mencionar que el rico no tiene nombre y el pobre si. En esto, Lucas (el evangelista) ha sido un rebelde. Históricamente siempre han sido escritos y recordados los nombres de las personas importantes y poderosas. Que Lucas sólo mencione el nombre de Lázaro ya es un mensaje evangélico en sí mismo. Por otro lado, Lázaro significa en hebreo “Dios ayuda” (a quien Dios ayuda). No es un dato menor. Este hombre rico también hacía banquetes a diario y no solo los días de fiesta (como solía acostumbrarse).
De Lázaro se dice que era un mendigo, es decir, alguien que pide para vivir. También se dice que estaba siempre en la puerta de entrada del hombre rico y ansiaba comer las migajas que caían de la mesa. Quienes estudian las costumbres del tiempo bíblico, sostienen que como no se usaban servilletas, los ricos se limpiaban las manos con pan y lo dejaban caer al piso. Es de esas migas (además de los restos de comida) que Lázaro quería alimentarse. Como si esto fuera poco, los perros venían y le lamían las llagas. Estos eran animales impuros que cualquiera hubiera espantado y nunca dejaría que lo tocaran. Lázaro no podía evitar ni siquiera que los perros lamieran sus heridas.
Ambos personajes coinciden en algo, mueren. Claro que tienen distintos destinos y direcciones. El relato menciona que Lázaro fue llevado por ángeles al cielo, mientras que el rico que también había muerto, fue sepultado. Uno va para arriba, otro va para abajo (como decimos en criollo).

Una lectura que hemos hecho los cristianos de este relato, se ha detenido en la condición de cada uno de estos personajes: Lázaro, el pobre y el hombre rico. Marcando que todo lo que hagamos en vida tendrá su consecuencia en el más allá. Esta idea se basa en el vs. 25: Abrahán le dijo: “Hijo mío, acuérdate de que, mientras vivías, tú recibiste tus bienes y Lázaro recibió sus males. Pero ahora, aquí él recibe consuelo y tú recibes tormentos. Esto puede ser para bien, en el caso de que hayamos vivido una vida obediente a Dios o para mal, en el caso de que hayamos estado lejos de Dios. De la misma manera, si vivimos una vida de sufrimiento y padecimientos, en el más allá seremos recompensados (como Lázaro). Y si hemos vivido una vida llena de riquezas y gran cantidad de bienes, en el más allá nos tocaría vivir una vida con casi nada...
Esta idea o lectura del texto es bastante determinista. ¿Qué quiero decir? Que de esta manera pareciera que el texto nos dijera que las cosas se dan como se dan y que no hay nada que en esta vida, se pueda o se deba hacer para remediarlo.
Por ejemplo: Si me tocó ser rico, que bueno! A disfrutar, porque quizás en el más allá me toque todo lo contrario... Y por el otro lado: Si me tocó ser pobre, mala suerte! Pero bueno, hay que aguantar, porque en el más allá no me faltará nada...
Esta lectura es determinista porque no hay ningún cambio posible... nada de lo que le toca vivir a la humanidad hoy es responsabilidad mía. Ni tampoco puedo hacer nada para que las cosas sean distintas...
La última parte del relato, el consejo de Abraham, nos ayuda a pensar de otra manera. ¿Por qué será necesario escuchar a Moisés y a los profetas? ¿Será que nos pueden ayudar a pensar diferente?

Lo primero que tenemos que notar es que Lázaro vive en la miseria (por lo menos en parte) porque el rico ni siquiera lo ve. No le da ni las sobras aún haciendo banquete todos los días (y no sólo los días de fiesta como era costumbre). El rico sin nombre tiene responsabilidad para con Lázaro. El egoísmo total es lo que hace a este hombre rico llegar al lugar que llega.

Es interesante que al escuchar el hombre rico a Abraham, logra salir de sí mismo y comienza a preocuparse por los suyos, por sus hermanos, su familia. De alguna manera, aunque tarde, comienza a abrir los ojos y a ver la realidad, comienza a ver a los demás, a quienes lo rodean, logra salir de sí mismo para ver a otros y otras.

Sorprende la respuesta de Abraham porque pareciera “tomarle el pelo” al rico. Pero ¿Le toma el pelo?
Un comentarista, Javier Matoses, menciona que el rico quería una experiencia impactante para sus hermanos, que un muerto volviera a la vida. Casi como muchas de las publicidades de hoy en día. Productos que ofrecen sensaciones y vivencias impactantes y extraordinarias. Y la respuesta de Abraham va el otra dirección. No hacen falta sensaciones extraordinarias... si van a la sinagoga cada semana y escuchan la lectura de los textos sagrados, van a entender... La salvación está al alcance de la mano...

La fuerza que transforma la vida de las personas y las hace cambiar de vida, de actitud, de modo de pensar, de relacionarse con los demás y con el mundo, está contenida en Su Palabra. Por eso decimos que la Palabra de Dios es poderosa. Porque si realmente le prestamos atención, podremos escuchar la voz de Dios que, una vez más, nos invita a cambiar...

El texto del Evangelio nos debe hacer pensar en lo egoístas que somos...
En cómo nos acostumbramos a ciertas cosas y ya no las “vemos”...
En la necesidad de leer y escuchar su Palabra...
En la responsabilidad que tenemos en vida, de hacer nuestra vida y la de otros, diferente, mejor, con más posibilidades, con mayor inclusión...
En este sentido, la Iglesia, y nosotros como parte de ella, tenemos la responsabilidad no solo de anunciar el Evangelio, sino de denunciar... Anuncio y denuncia, van de la mano, como nos lo afirmaba enfáticamente el Obispo (e) Federico Pagura cuando estuvo en Córdoba. Esta es la misión que cumple Amós en el pasaje del AT. Denuncia la riqueza y el derroche de los ricos que oprimen a los pobres para poder vivir así. Esos ricos se “alimentaban” de la vida de los pobres...

Quiera Dios que el Evangelio nos movilice y se haga carne en nosotros y nosotras, asumiendo el desafío de ser discípulos y discípulas fieles al Dios que nos sigue llamando. Que así sea, Amén.


jueves, 19 de septiembre de 2013

Predicación 15 de Septiembre

17º Domingo de Pentecostés
Salmo 51:1-11 - Éxodo 32:7-14 - 1 Timoteo 1:12-17 - Lucas 15:1-10.

Hoy nos toca hablar de pecado. Venimos transitando el tiempo litúrgico en el que vemos cómo somos, cómo espera Dios que seamos y qué espera de nosotros, la Iglesia.
Es importante reflexionar sobre el pecado, no porque seamos moralistas o insistamos en lo pecadores que somos para auto castigarnos. No, reflexionamos sobre el pecado para no olvidar que somos pecadores, y que cuando creemos tener las cosas “claras”, muchas veces estamos pecando.

En el texto del AT se nos muestra la dureza de corazón del pueblo de Dios, que ante las dificultades necesitaba otro “tipo” de Dios, uno que pudieran ver y tocar, como el becerro de oro. Dios los liberó de Egipto guiando en ese desafío a Moisés, pero ellos se apartaron de Él. Es el pueblo elegido, pero es un pueblo pecador que se aparta de Dios… Está presente el pecado.

En el pasaje de la carta de Pablo a Timoteo, es Pablo mismo quien se reconoce como un pecador en el que actuó la gracia y el amor de Dios. Pablo dice que Jesús vino a salvar a los pecadores, de los cuales él es el primero. Otra vez… Está presente el pecado.

Finalmente el texto del Evangelio de Lucas también nos habla de pecado. Comienza diciendo el pasaje que se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para oírlo. Los fariseos y los escribas murmuran debido a esto, considerando que un maestro no se debía juntar con “esa” gente. Jesús responde al murmullo con tres parábolas. El leccionario nos propone detenernos en las dos primeras, la de la oveja perdida y la de la moneda perdida. En estas parábolas, la estructura interna está compuesta por: pérdida – encuentro – gozo.
La frase fuerte de Jesús en el caso de la primera es: “Les digo que así también será en el cielo: habrá más gozo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse” (Lc 15:7). En el caso de la segunda parábola es: “Yo les digo a ustedes que el mismo gozo hay delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (15:10).
Los escribas y fariseos eran hombres que conocían, estudiaban y cumplían la Ley. Esta observancia de la Ley los distanciaba de tantas personas que no podían cumplir las leyes que ellos mismos habían escrito y aplicaban. Todas las personas que no cumplían con sus leyes y normas eran considerados impuras, y por lo tanto, personas pecadoras.

Es muy significativo que sean estos impuros/as y pecadores quienes se acercan a escuchar a Jesús. ¿Por qué se acercan? ¿Jesús les habla de algo que les gusta escuchar? ¿Jesús los anima a ser impuros o no cumplir la Ley? ¿De qué les habla Jesús? ¿Cuál es la actitud que Jesús tiene para con estos grupos de impuros, pecadores y excluidos?

La iglesia cristiana tiene todavía tanto que aprender del Maestro de Nazaret y de su manera de relacionarse con las personas…
Vale decir que estas personas eran consideradas de esta forma negativa por leyes y normas que estos grupos de estudiosos y conocedores habían escrito o hacían cumplir. De manera, que estas personas que escuchan a Jesús y se acercan a él, quizás no eran tan pecadores como los legalistas “religiosos” afirmaban.

Por esto resultan sugestivas las afirmaciones de Jesús respecto del gozo por el arrepentimiento de los pecadores.
La tradición ha considerado a lo largo de los años que en este relato los pecadores son quienes escuchan y se acercan a Jesús: publicanos, prostitutas, gente pobre, gente enferma, gente con necesidades… De esta manera se pone el acento en que Dios recibe y perdona a esta “pobre gente”. En esta interpretación se acentúa el perdón amoroso de Dios para todos aquellos que se apartan de una vida de pecado.

Pero… ¿De qué pecadores habla? ¿De los publicanos y compañía? ¿O hablará de aquellos que decían quiénes eran los impuros y los pecadores? Si fuera así, la cuestión se torna diferente. En esta línea de interpretación el foco se pone sobre los escribas y fariseos, y en consecuencia, sobre nosotros, personas de iglesia, gente de fe, buenos hermanos, buenas hermanas, gente de Dios. El acento no deja de ser el perdón de Dios, salvo que ahora se trata del perdón de Dios para nosotros y nosotras… quienes ya creemos en Él.

Tomémonos un momento para pensar… ¿Cuántas veces los cristianos, personas de bien, hombres y mujeres consagrados/as a Dios, nos hemos levantado en adalides de la santidad (o de una presunta santidad) indicando con nuestro dedo índice, o mucho más sutilmente, con miradas, comentarios, actitudes, falta de atención, desprecio, quiénes son los pecadores e impuros en nuestra sociedad?

Seguramente hemos dicho o hemos escuchado alguna de las siguientes frases: “no vive de acuerdo a la Palabra”; “vive en pecado”; “no está en el camino”; “viven muy livianamente”; “eso no es lo que Dios manda”; “Si vive así no puede estar verdaderamente consagrada”; “La Palabra les condena”; “Yo no lo juzgo, Dios lo va a juzgar”; “Yo no discrimino a nadie, pero esa forma de vivir no es de Dios”; “No se qué Biblia lees vos, pero la mía dice que sos pecador”, etc. 
¿Es esta la forma en la que Jesús, nuestro Maestro, se relaciona con quienes se acercan a él?

Hemos sido los cristianos quienes hemos justificado bíblicamente la necesidad y lo beneficioso de tener esclavos.
Hemos sido los cristianos quienes hemos justificado bíblicamente la necesidad de colonizar otros pueblos, otras culturas, otras creencias.
Hemos sido los cristianos quienes, con fundamento bíblico, hemos desarrollado el sistema de segregación racial en Sudáfrica denominado “Apartheid” hasta el año 1992.
Hemos sido los cristianos quienes afirmábamos en plena dictadura militar argentina: “aquí no pasa nada”, “los argentinos somos derechos y humanos”.
Hemos sido los cristianos quienes hemos salido a la calle, cacerola en mano, reclamando por nuestros ahorros, pero no nos hemos movido ni un metro para reclamar por el hambre de nuestro prójimo.

¿Quiénes son los pecadores del relato del Evangelio?
¿Quiénes son los que se tienen que convertir y habrá gozo en el cielo?
¿Quiénes necesitan tener más amor de Dios en su corazón?
¿Quiénes deben dejar de juzgar para comenzar a amar?

Presentación: “¿Quiénes son pos pecadores?”.

Decía al comienzo que siempre es bueno reflexionar sobre el pecado. Ahora debemos asumir nuestra culpa, nuestras faltas, nuestra distancia de la práctica de Jesús, nuestro juicio fácil, nuestra falta de amor…

Quiera nuestro buen Dios, darnos corazones honestos, para que podamos volvernos a Dios. Para que podamos tener un corazón como el de Jesús, quien no juzgó ni condenó a los que no eran “tan santos”, sino que se acercó a ellos, les habló, los escuchó, los incluyó, y se hizo uno de ellos, en contra de lo que los “supuestamente buenos” decían que había que hacer. Que así sea, Amén.

P. Maximiliano A. Heusser
Córdoba, Argentina.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Pagura en Córdoba



En el día de ayer, jueves 5 de Septiembre, se realizó en las instalaciones de la iglesia Metodista del Centro de Córdoba, bajo la organización del Centro Ecuménico Cristiano de Córdoba (CECC), la tercera presentación del libro: “Federico Pagura, Alborada de esperanza: Vida y testimonio de un profeta latinoamericano” de los autores Carlos Sintado y Juan Quintero Pérez.
En la presentación destacaron distintos aspectos del libro, su autor, Carlos Sintado; el teólogo católico y amigo de Federico, Oscar Lupori; y finalmente el mismo Pagura repasó algunos de los momentos más significativos de su vida y ministerio.
También se contó con la presencia del Lic. Marcelo Castagno, subdirector de Culto y Colectividades de la Municipalidad de Córdoba, quien entregó al Obispo emérito el decreto del Intendente Municipal, Dr. Mestre, nombrándolo “visitante ilustre de la ciudad de Córdoba”.
En la presentación también se cantaron algunas de las canciones compuestas por Pagura, como el Sursum Corda, Alegría, y se cerró con el infaltable tango Tenemos Esperanza.

Maximiliano A. Heusser

sábado, 31 de agosto de 2013

Predicación

15º Domingo de Pentecostés
01 de Septiembre de 2013
P. Maximiliano A. Heusser
Proverbios 25:6-7 - Hebreos 13:1-8, 15-16 - Lucas 14:1, 7-14

El texto del Evangelio del fin de semana pasado también nos hablaba de algo que sucedía en día sábado: la sanación de la mujer encorvada. Hoy, el texto del Evangelio también nos ubica en un día sábado. El relato inmediatamente anterior al pasaje de hoy nos cuenta que siendo sábado, un gobernante fariseo invita a Jesús a comer en su casa. Allí, para arrancar, sana a un hombre hidrópico (retención de líquidos), volviendo a sanar en día sábado. A continuación el relato de hoy, estas enseñanzas en torno a los lugares en la fiesta y a los invitados.
Las listas de invitados/as y poner sus nombres en las mesas ha solucionado el problema de ubicarse uno mismo en algún lugar.
Jesús no está hablando de modales, de educación o de reglas de etiqueta, está hablando del Reino de Dios, por eso lo que dice es importante y debe ser Evangelio para cada uno de nosotros y nosotras.

Jesús comienza hablando de los lugares en los que la gente se sienta o se quiere sentar en una fiesta. Hay lugares más importantes, de mayor reconocimiento y hay lugares menos importantes y de menor reconocimiento.
“Jesús no enseña simples normas de comportamiento social, sino que parte de las buenas maneras al sentarse a la mesa para sacar conclusiones acerca del Reino” (Armando Levoratti).

Mi suegro, docente rural jubilado, siempre recuerda que en un pueblo pequeño en el interior de Chubut, Corcovado, cuando se hacían las fiestas patrias y algún almuerzo para todo el pueblo, había una sola mesa que estaba sobre una pequeña tarima, esa era la mesa de los “notables”, allí se sentaba el jefe comunal, el comisario, el maestro, el médico si había, etc. El resto de los mortales se ubicaban en las otras mesas a ras del suelo. Aunque era un pueblo perdido en la inmensidad de la Patagonia, había lugares de privilegio y honores para algunos pocos.

Lo que Jesús advierte es que no hay que buscar los lugares de privilegio y honor. No puede ser la actitud de un seguidor/a de Jesús, el buscar los lugares importantes, el reconocimiento, los halagos, el trato diferenciado, la autoexaltación. La actitud del discípulo y de la discípula de Jesús no será buscar los primeros lugares.
Aquí podemos preguntarnos por qué. ¿Qué hay de malo en que uno quiera ser halagado? ¿Qué hay de malo en que se me ofrezca un lugar de privilegio? ¿Qué hay de malo en que alguien me haga favores de algún tipo por mi lugar social o por lo que sea? ¿Qué hay de malo en que se me trate bien o mejor que a otros/as? ¿Qué hay de malo?

No hay nada de malo en que se nos trate bien, lo malo será la consecuencia de esto: desinterés por aquellos que no son como uno, despreciar a los demás, a los que están más abajo, a los que no están en mi mismo nivel, a aquellos que no son reconocidos como yo, a aquellos/as que no son tratados tan bien como yo… Los seres humanos tenemos una gran facilidad de en un segundo creernos mejores que los demás. La actitud del cristiano no puede ser creerse mejor que otro, creerse mejor que otra. Recordemos que como dice Jesús en el pasaje de hoy, puede venir el anfitrión y pedir que nos corramos, porque vino alguien más importante que nosotros, y nos manden al último lugar.
En el Reino de Dios no hay lugares de privilegio…
En el Reino de Dios no hay quienes toman decisiones y quienes las tienen que aceptar…
En el Reino de Dios no hay jefes, hay obreros y obreras…
En el Reino de Dios no hay personas más importantes que otras… hay pueblo de Dios.

La segunda parte del texto del Evangelio contiene una recomendación de Jesús al gobernante fariseo que lo ha invitado. El cuestionamiento está en que la norma social indica que si uno ha sido invitado por otro, eventualmente, habrá que retribuir la atención. Esto sucedía y era totalmente habitual en la época de Jesús, pero pasa de la misma manera en nuestro tiempo. El refrán popular dice: “favor con favor se paga”. Invitación, con invitación de paga. Ayuda, con ayuda se paga, y así podríamos dar muchos ejemplos.
La lógica de este funcionamiento radica en la retribución. No se invita porque sí, se invita porque se sabe que ya vendrá la invitación como respuesta. Con esta misma lógica hay muchos que ayudan, porque eventualmente esa ayuda también la podré reclamar. Hago un favor a otro o a otra, porque eventualmente ese favor me será retribuido.

Hay algunos conductores de televisión que acostumbran cerrar sus programas como alguna frase que se hace parte de la rutina. Algunos hacen simplemente un saludo, otros, dicen algo acerca del contenido o los valores que sustentan para ellos su programa. Uno de estos conductores cerraba uno de sus últimos ciclos con la frase: “hagan el bien, porque el bien siempre vuelve”.
Esta aparente buena expresión y un buen deseo, “hagan el bien”, continúa la lógica de la retribución. No hago el bien porque quiero ser bueno o buena, o siento que así se deben hacer las cosas, sino que hago el bien porque quiero que me vuelva el bien. Mi buen accionar está totalmente ligado a lo que quiero que vuelva… El hacer el bien en esta lógica es una especie de 'boomerang'… uno hace lo bueno y lo bueno vuelve…

Esto no es lo que enseña Jesús. El Reino de Dios sigue una lógica distinta. Quienes queremos tener parte en ese Reino debemos actuar de manera diferente. La Iglesia debe funcionar con otra lógica. Jesús enseña que se debe hacer el bien especialmente al que no pueda devolver la atención, al que no pueda devolver el favor, al que no pueda devolver la ayuda…
Porque la verdadera buena acción que surge de un corazón cristiano no busca retribución, busca hacer la voluntad de Dios. 

En los dos casos que menciona Jesús corremos un peligro.
1. En la recomendación sobre los lugares de privilegio (los primeros lugares) Jesús afirma que aquel que se humille será enaltecido. El peligro, hermanos y hermanas es humillarnos pensando en la exaltación posterior. Esto es como la “falsa modestia”. Si hacemos esto, no cambiamos nuestra lógica. La aceptación del Evangelio demanda de cada uno de nosotros y nosotras un cambio de lógica. Un cambio contracultural.
2. En la recomendación de a quiénes invitar (ayudar, dar una mano, etc.) Jesús afirma también que obtendremos recompensa en la resurrección de los justos. Tampoco podemos tener esta actitud, solamente pensando en que seremos recompensados. Porque así no abandonamos la lógica retributiva. Otra vez, la aceptación del Evangelio, demanda de nosotros un cambio contracultural.

Es interesante que, al margen de los peligros que acabamos de mencionar, esto nos cueste tanto. Nos cuesta aun manteniendo nuestra lógica retributiva. Dios tiene tanto trabajo que hacer en nosotros todavía. Dejemos a Dios hacer lo suyo, pero hagamos el esfuerzo de cambiar nuestra vida, lo que nos resulta lógico, buscando la lógica del Reino.

Quiero terminar parafraseando las palabras de la Carta a los Hebreos:

Que el amor fraternal permanezca en nosotros. Y no nos olvidemos de practicar la hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles. Acordémonos de los presos, como si estuviéramos presos con ellos, y también de los que son maltratados, como si nosotros mismos fuéramos los que sufrimos. Todos honremos nuestro matrimonio, y seamos fieles a nuestras parejas; porque a los libertinos y a los adúlteros los juzgará Dios. Vivamos sin ambicionar el dinero. Más bien, conformándonos con lo que ahora tenemos, porque Dios ha dicho: «No te desampararé, ni te abandonaré». Así que podemos decir con toda confianza:
«El Señor es quien me ayuda; no temeré lo que otro pueda hacerme.»

Que así sea, Amén. 

viernes, 12 de julio de 2013

Predicación Domingo 07 de Julio de 2013

8º de Pentecostés


Leer: Salmo 66:1-8 – Isaías 66:10-14 – Gálatas 6:7-16 –Lucas 10:1-11, 16-20

“Llamados a ser obreros/as entusiasmados”

El texto de hoy está a continuación del que compartimos hace dos domingos atrás, cuando Jesús, marchando hacia Jerusalén realiza la afirmación de que nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás, es apto para el Reino de Dios.
Luego de esto Jesús envía a setenta (o setenta y dos) discípulos para que fueran de dos en dos delante de él, a los lugares que a los que él iba a ir. Lucas menciona que Jesús ya había enviado antes a los doce (9:1-2). En este caso el número hace alusión a las doce tribus de Israel. En el caso del pasaje de hoy, el número setenta (o setenta y dos, según la traducción) alude a las naciones existentes (Génesis 10). Entonces, si primero se predicó el Reino de Dios a los pueblos de Israel, ahora llega el momento de anunciarlo a todo el mundo.

Detengámonos en algunos puntos del pasaje del Evangelio:

1. La mies es mucha pero los obreros son pocos.
Jesús arranca diciéndoles que el trabajo es mucho y que ellos (como obreros) no alcanzan para llevar adelante todo el trabajo. Por esto son necesarios todos los obreros y obreras que pueda haber, porque el trabajo es mucho y Dios nos necesita a todos y a todas. Todo discípulo/a debe estar involucrado en esta misión. En el discipulado no hay lugar para las indecisiones, para especular, para ponernos a pensar que si hay tantos trabajando no se me necesita, etc. Jesús es claro: el trabajo es mucho y no alcanza la gente, ¡movéte!

2. Yo los envío como corderos en medio de lobos.
Jesús les aclara que el discipulado tiene sus peligros, sus dificultades, no todo es color de rosas. No hay que ser inocentes. Debemos saber que a veces recibirán de buen modo nuestro mensaje y otras veces nos recibirán con hostilidad, con desconfianza, de mala gana, etc. Es parte del compartir el mensaje que tenemos que anunciar. De alguna manera, esta posible hostilidad es parte de la libertad que Dios le da al mundo de recibirlo o de no hacerlo.

3. No lleven bolsa ni alforja ni calzado; y a nadie saluden por el camino.
En la Edad Media surgen órdenes religiosas mendicantes, que asumen al pie de la letra esta recomendación de Jesús. Eran predicadores harapientos que muchas veces pasaban hambre e iban de pueblo en pueblo predicando. Esta recomendación de Jesús debe ser entendida en la misma línea que la afirmación de la “mano en el arado”. Aquel o aquella que quiera trabajar en la misión no debe andar con vueltas pensando en todos y cada uno de los detalles. Debe salir y hacer el trabajo que Dios nos llama a hacer.
Lo del saludo tiene que ver con los tiempos que demoraba el trato cordial en el camino. Estos rituales podían demorarse hasta un par de horas. Jesús afirma que la prioridad es la misión, predicar que el Reino se ha acercado. Todo lo demás queda en un segundo plano.

4. La paz esté en esta casa.
Desear la paz era una costumbre judía muy extendida y habitual. Pero la diferencia entre nuestra palabra paz y el original en hebreo: Shalom, es muy grande. El shalom es un deseo de bienestar que involucra todos y cada uno de los aspectos de la vida: familia, salud, trabajo, felicidad, descanso, plenitud, etc. Al margen de la costumbre judía, el primer deseo de quien va a predicar la cercanía del Reino de Dios es ese Shalom. El discípulo y la discípula deberán querer lo mejor para las personas a quienes les van a compartir el mensaje.
Los testigos de Jehová, por ejemplo, se consideran salvos por ser testigos de Jehová. Es decir, por dar testimonio de Dios. Su preocupación no pasa por las personas a quienes les dan testimonio, sino por el hecho mismo de hacerlo.
Este versículo nos hace notar que debemos tener una preocupación sincera y honesta por las personas a quienes les vamos a compartir el Evangelio.

5. Regocíjense de que sus nombres estén escritos en los cielos.
Al volver los setenta de la misión lo hacen alegres y contentos porque Dios los acompañó y sintieron el poder que viene de Él. Jesús les responde que lo que les debía dar gozo es saber que sus nombres están escritos en los cielos. No se alegren por lo que puedan hacer, alégrense si hacen lo que les mandé a hacer. Esto nos recuerda ese versículo: “Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lc.17:10).

Considero que este texto nos anima a mirar en dos direcciones: por un lado ver y pensar la misión a la que estamos llamados aquí en este barrio, en esta comunidad. ¿Qué hacemos para Dios en este lugar? ¿En qué trabaja la Iglesia? ¿Cómo servimos a nuestro prójimo acá? ¿Cómo compartimos el mensaje del Evangelio? Estas preguntas y otras que podrán surgir nos ayudarán a reflexionar sobre el trabajo que hacemos, y (lo que es mejor todavía) sobre el trabajo que se podría hacer. Esto sucede cuando una Iglesia sueña… sueña que hacen tal cosa, que trabajan de tal o cual manera, que están insertas en el barrio de tal forma… esta es una de las direcciones que el texto nos anima a mirar.

La otra dirección también tiene que ver con la misión, pero se enfoca en los siervos y las siervas que la van a llevar adelante. De nada sirve reflexionar sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos si no hay hermanos y hermanas dispuestos a hacerlo. Mucho menos servirá que soñemos grandes cosas para nuestra Iglesia (o pequeñas también) pero nos quedemos sentados de brazos cruzados. Dios hace milagros, ¡pero no nos abusemos! En todo caso, el primer milagro que Dios tendrá que hacer es descruzarnos los brazos.

Los invito a pensar en la palabra “entusiasmo”. ¿Qué es? ¿Para qué sirve? ¿Cuándo hemos estado entusiasmados?
Una definición es: “atención y esfuerzo que se dedica con empeño e interés al desarrollo de una actividad o trabajo”. 

Lo que nos falta hermanos y hermanas es despertar el entusiasmo de creer en Cristo y querer servirle. Los hechos grandes y significativos a lo largo de la historia se han llevado a cabo con personas entusiasmadas por una causa o ideal.
Algunas veces las dificultades en el caminar, los problemas económicos en la Iglesia, cosas que no nos han salido bien, cosas que hacen otros con las que no estamos de acuerdo, nos hacen perder el entusiasmo…
Recuperemos el entusiasmo de ser discípulos y discípulas de Jesucristo. Si algo va a mejorar en la Iglesia no sólo será por la gracia de Dios (que va a estar), sino porque cada uno de nosotros/as asumirá la parte de la mies que le corresponde.

Desde el ámbito secular me parece importante escuchar:
“Nada grande se puede hacer con la tristeza (…) Por eso, venimos a combatir alegremente. Seguros de nuestro destino y sabiéndonos vencedores, a corto o a largo plazo”.
Arturo Jauretche

Desde la Escritura me parece importante escuchar:
“No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo cosecharemos, si no nos desanimamos.  Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gál. 6:9-10).


Quiera Dios darnos o renovar nuestro entusiasmo para que descrucemos nuestros brazos y pongamos “manos a la obra”. La mies es mucha, pero somos nosotros y nosotras quienes somos llamados a trabajar en ella. Y sepamos que no estamos solos, porque “camina con nosotros uno que hace amanecer”. Que el Señor nos bendiga, Amén. 

P. Maximiliano A. Heusser
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