jueves, 21 de julio de 2011

culto domingo 17 de julio

Predicación Cerro de las Rosas. Domingo 17 de Julio de 2011.
5º de Pentecostés.

Texto: Mateo 10.24-33

 

"El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor.
 Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia llamaron Beelzeb, ¿cuánto más a los de su casa?
Así que, no los temáis; porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse. Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas.
Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.
  ¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre.
Pues aun vuestros cabellos están todos contados.
  Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos.
  A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos.
Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos


 

Nuestra identidad, nuestros temores.


Pensando en este texto, no pude menos que preguntarme sobre nuestra identidad en todos sus sentidos (en lo personal, grupal, social, cultural, etc.). ¿Por qué? Porque el Evangelio representa una toma de identidad. Una manera de pararse frente a los demás y una forma de ser.
La Argentina, en este sentido, debe ser uno de los países en el mundo que más formas usa para identificar a sus habitantes (DNI ahora llamado DU, CI, Pasaporte Internacional, tarjeta de Cuil, etc., etc.). Cualquier observador ajeno al país bien podría pensar: “...esta gente si que tiene claridad de quiénes son”; podría ser así, pero creo que a esta altura de nuestra historia es algo bastante discutible como afirmación en sí.
¿Por qué podemos llegar a preguntarnos esto? Porque toda identidad implica un costo que asumir, necesariamente, siempre es así. Así como no da lo mismo nacer en cualquier parte, tampoco da igual cualquier tipo de identidad.
En el evangelio (Buena Nueva) que Jesús presenta esto se da como un hecho claro y sin apelación: “...si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¡Cuánto más a los de su casa!” (vers.25b). Es claro que, esta nueva identidad que Cristo propone como, “...los de Su casa” sale cara (en persecuciones, maltratos, discriminaciones, etc.), no tanto como el “privelegio de pertenecer” (como sería el caso de Mastercard)#, sino en función de la “responsabilidad de permanecer” en ella.
Claro está que la diferencia entre un tipo de identidad (podríamos decir secular) y la otra (que bien podríamos llamar “evangélica”)# está en lo inevitable de una y opcional de la otra. Mientras que yo no puedo hacer nada para nacer en uno u otro país, si puedo, en todo momento, elegir mi identidad con respecto al Padre. Y si la identidad es con respecto al Padre, que también es Hijo, yo no puedo soñar con padecer o disfrutar más de lo que mi maestro y Dios tiene: “el discípulo no es más que su maestro ni el siervo más que su señor” (vers.24).
Volviendo al tema de nuestra identidad e identificación diaria en el mundo en que vivimos, nunca está de más preguntarnos desde dónde lo hacemos. ¿Cuál es la identificación que portamos y llevamos en nuestra vida hacia los demás?
Sin importar lo que digamos ahora en este momento, sabremos que hay cosas que son variables (dependen de nuestra edad, estado civil, estado emocional, etc.) y otras más fijas dentro de la identidad.
La fe, aunque queramos verla como un absoluto para todos por igual, forma parte de estas variables de nuestra vida. No asumirlo de esta manera sería engañarnos a nosotros mismos pensando que la misma, siempre ha ocupado el mismo lugar en nuestros intereses.
Volviendo a este tema de la identidad y la identificación: si tuvieses un pasaporte como “creyente en Cristo” asumiendo la “ciudadanía” celestial de la que habla Pablo#: ¿Qué cosas diría? Obviamente, no más de las que dirían de nuestro Maestro y Señor. ¿Y si se perdiese este pasaporte, qué cosas dirías de vos mismo?
La forma en que explicamos nuestra fe (el orden que usamos para priorizar y otros detalles) nunca es casual. Tiene que ver con aquello que creemos relevante para nosotros mismos (diríamos por ej. “soy metodista”, o mejor aún, “soy de la IEMA”, o “pertenezco a LAME” u otras siglas igualmente oscuras para la gente).
La fe es en este caso, un pasaporte que yo “tramito” a bajo costo pero, que mantengo y cuido a uno muy alto. Dicho de otro modo, nuestra identidad en Cristo nos da otro marco de comprensión de aquello que nos pasa a diario:

  1. Nuestra identidad es confesional. Es necesario afirmarla, si la aceptas no podés negarla, caso contrario, se te retira de las manos.
  2. Nuestra identidad es restrictiva. Hacer gala de la nueva identidad en Cristo, tiene sus ventajas y desventajas. Habrá quiénes se acerquen e identifiquen con vos por esta identidad, así como habrá otras puertas que se te cieren por el mismo hecho.
  3. Nuestra identidad genera adeptos y detractores. El mostrar abiertamente aquello que nos parece importante en la fe, será novedad y curiosidad para algunos (también adhesiones) y para otros, sencillamente rechazo.

Todo esto estará en relación a cómo hagas uso de la nueva identidad en Cristo. Un autor contemporáneo define con claridad esta identidad y la compara con la tarea de los embajadores# en un nuevo país. Podrán aprender su lenguaje, sus costumbres, aún comer sus comidas, pero nunca deben perder su identidad o nacionalizarse en ese nuevo país, sino se convierten en enemigos de su propia patria.
Ser embajador, ciudadano o hablar de identidad es, en definitiva, hablar de lo que somos, de lo que queremos ser, o bien, de lo que estamos dispuestos a ser. El evangelio es una opción, no una contingencia histórica porque nacemos en determinados lugares, por esta misma razón, Jesús repite tres veces lo mismo: “no tengan miedo...”
Y esta afirmación (no tengan miedo) es una parte indudable de la nueva identidad. Los creyentes somos convocados más allá del miedo cotidiano a una verdad que nos libera.
Frente a la amenaza latente de la muerte por las decisiones adoptadas, la nueva identidad nos resguarda y asegura protección.
Frente al temor de lo que vendrá, la nueva identidad asumida otorga la confianza y certeza de un Espíritu que previene, sostiene y proyecta más allá de lo que llegamos a ver en el momento.
Somos preparados para una nueva tarea con una nueva identidad que nos acredita para la misma. Amén.
P. Leonardo D. Félix
Córdoba, Julio de 2011

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